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jueves, 19 de abril de 2012

OCTAVIO PAZ Y LA NACIÓN
















Por Carlos Valdés Martín


Presento la visión de Octavio Paz sobre México, donde brilla su perspectiva. El título de este artículo es "EL MEDIODÍA DENTRO DEL LABERINTO DE LA SOLEDAD Y CÓMO OCTAVIO PAZ CULMINA LA FILOSOFÍA DE LO MEXICANO", incluido en mi libro sobre el tema nacional.




1.- Octavio Paz frente a la filosofía de lo mexicano
Este es el autor clave quien culmina la reflexión clásica y moderna sobre lo mexicano. Culmina por representar un momento cumbre de la reflexión, que está completamente inundada de esa sustancia de "lo mexicano", a la vez que permanece en el espacio aéreo de lo "luminosamente elevado". Ese punto elevado entrega el resultado de la práctica previa personificada por Vasconcelos y de la reflexión, personificada por Ramos, donde la práctica y la teoría se han nacionalizado. Octavio Paz, nacido en 1914, representa la última estación en una cronología indicando lógica de desenvolvimiento de las ideas sobre el tema mexicano. Este autor ya no vive personalmente las tribulaciones del movimiento armado de 1910, pero esa vivencia la recibe indirectamente, y con enorme fuerza emotiva, a través de su padre, un abogado inteligente quien apoyó la causa zapatista y ese anhelo de tierra, tan vital entre el campesinado.
El impulso agónico (en el sentido de lucha emergente) del nacionalismo cultural de los años veinte aconteció cuando contamos a Paz todavía entre los niños. Por lo mismo, su reflexión sobre la nacionalidad, cabalmente cumplida en el Laberinto de la soledad de 1950 forja una obra retrospectiva, levantada después de la batalla, y generada entre la densa luminosidad del mediodía. Adentrándonos por el lado de las imágenes, tan estimadas por el mismo Paz, diremos que el mediodía cristaliza el momento de plenitud y calma, cuando los rayos del sol caen verticalmente y las sombras se ocultan enteramente bajo los pies; durante ese lapso para cualesquiera efectos prácticos la sombra cesa de existir; resplandece el reinado de las claridades. Veamos que efectivamente acontece el mediodía pleno de la nación. Desde nuestra perspectiva, el proceso de nacionalización de la sociedad mexicana y consolidación del Estado había culminado en un nivel superior hacia 1940, con la gran obra del sexenio cardenista. Esa la circunstancia histórico-social del post-cardenismo consolidando la integración de la Nación, permite que se petrifique la idea de lo mexicano, para ese entonces la idea de México aparece más sólida que nunca antes. Por eso ya no requiere esfuerzo la tarea preguntarse qué es lo mexicano, de modo en que primero lo preguntaron y luego pregonaron Caso, Vasconcelos y Ramos. En la mitad del siglo XX lo interesante consiste en describir cómo se llegó, con belleza estilística describir ese modo de ser, y preguntarse el porqué del ser mexicano, tal como ya resulta reconocido. En resumidas cuentas, ese es el programa de la obra madura (en concepto) y temprana (en edad) de Paz.
Culminar una obra es acabar con ella. Después de Octavio Paz ya no hay mucho que agregar a lo mexicano desde lo mexicano, o más precisamente, la tarea de la filosofía de lo mexicano prácticamente casi termina. Durante décadas ya no encontrará un sucesor ni un protagonista. La obra de la filosofía de lo mexicano se termina porque el ser mexicano se ha desplegado completo (casi osaría decir que “perfecto”) y luego petrificado dentro de sus límites. La obra termina porque nuestra nacionalidad había llegado a un límite más allá del cual no avanzaría más en sustancia (no había una nación más nacionalizada) aunque sí avanzará en sus manifestaciones diversas (engendrando otros “Méxicos”). En términos políticos ese límite está fundamentado en que la autonomía o soberanía del Estado Mexicano frente a Estados Unidos, ya nunca avanzará más lejos de lo realizado por Lázaro Cárdenas, y esto parece mantenerse constante mientras existan regímenes estatales de la nación bajo el régimen capitalista.
La reflexión (casi) positivista en torno a lo mexicano no ha producido una obra superior a El laberinto... Esperamos que sea a partir de una reflexión crítica y un análisis minucioso con gran perspectiva de miras desde donde brote una obra superior, posiblemente la muy interesante obra de Roger Bartra[1] indica el espacio por donde brota nueva sangre teórica para redefinir a la nación. El texto de Octavio Paz opera de un modo doblemente positivo. Él parte de lo dado, lo hecho, pues le resulta ya un sinsentido, preguntarse a la manera de Samuel Ramos, por un ser esencial del mexicano el cual no vibre presente y muy evidente dentro de su existencia. Varios siglos se han decantado hasta mostrar una figura de mexicanidad de contornos claramente definidos, ya no imagina un “mexicano secreto”. La tarea propuesta para Paz como autor clásico es escribir sobre la figura ya existente, no requiere de entresacarla ni inventarla, y además pretende contribuir a afirmar una autenticidad para los compatriotas.    
Esa obra El laberinto... ya contiene incluidos los resultados de todos los autores formadores de la filosofía de lo mexicano y los rebasa. El enfoque de la inferioridad psicológica y las mascaradas implicadas están integrados en un enfoque más amplio. Ya no requiere de mostrarse como un discurso externo al tema nacional, su prosa es tan directa, que no indica las fisuras entre el pensamiento y la realidad. También la obra de la cultura nacionalista de Vasconcelos ha sido integrada pues genera la materia prima sobre la cual pensar.
2. El contexto
El contexto histórico de la obra implica la estabilidad lograda mediante la unidad nacional cardenista. En ese periodo se había sometido el conjunto de las clases sociales a la regulación del Estado y se encuentran las condiciones adecuadas para una acelerada acumulación capitalista, expresada en altas tasas de crecimiento. Dominando el escenario se trata de un capital que ya no es meramente agrícola, extractivo o bancario, sino que enraíza en la producción, es capital industrial. México se industrializa aceleradamente. El modo de producción específicamente capitalista cuaja, al unir las relaciones sociales capitalistas con las fuerzas productivas adecuadas al modo de producción. No operó un proceso mediante una acumulación salvaje, sino rodeada de una aureola de armonía. La vida política y social mexicana se pacifica más y más. Tras una fuerte caída del salario real del proletariado en 1940, luego ocurre una lenta y constante elevación del salario real. Aumenta en cantidad y calidad la red de seguridad social estatal. Una gran masa de los campesinos obtiene la tierra propia, como ejidos. Mejora la situación de las clases medias urbanas. Los burgueses amasan grandes fortunas. El capital extranjero invierte atraído por un clima de bonanza. En fin, para el Estado nacionalista como indicó Leibniz: todo va de la mejor manera en el mejor de los mundos posibles... No creo que sea casual la maestría de Paz para describir y comentar el mundo novohispano, el cual fue un sistema de alta estabilidad y larga duración, bien ensamblado, hecho para permanecer. Esa capacidad para describir un proyecto social de estabilidad de tres siglos nos da idea del momento del mediodía mexicano captado en la pluma maestre de Octavio Paz.
El centro del contexto mundial capitalista pasa desde Europa a los Estados Unidos, los cuales, además de ser nuestros vecinos conflictivos, acaparan la hegemonía mundial como la fortaleza del "mundo libre". Resultado de la Segunda Gran Guerra el planeta se divide en dos grandes bloques antagónicos. Desde entonces las opciones de un camino social diferente quedan más precisamente bloqueadas para México. La relación dominante hacia el mundo, pasa por la primera definición respecto de Estados Unidos. A diferencia de Samuel Ramos no le angustia a Paz el antecedente del europeísmo de nuestras elites (manifiesto con fuerza durante el siglo XIX), sino que inicia su texto estudiando al "pachuco", el tipo de persona que encarna la relación fronteriza del Norte. Es decir, de manera sutil, nos revela nuestra principal definición colectiva ante el exterior naciendo frente al yanqui y no frente al europeo. El espejo indiscreto está en la frontera norteña y no más allá del mar [2].
El contexto cultural mundial aparece muy complejo. Nos interesa resaltar dos fuentes de las cuales abreva el pensamiento original de Octavio Paz. La primera fuente proviene de la difusión y tergiversación dogmática planetaria del marxismo. En su juventud Paz fue influido por el movimiento comunista, incluso en un sentido militante se acercó al drama de la guerra civil española. Pero ante la degeneración estalinista y dogmática de los comunistas toma sus distancias, para cuestionar al marxismo en su conjunto. La segunda fuente desciende del existencialismo francés de la posguerra, que constituyó, algo así, como un nuevo humanismo de la intelectualidad despierta. En su maduración, Paz asimila diversos aspectos de esa tendencia cultura, sin necesitar acordonarse atrás de ninguna bandera ideológica.
3.- Enajenación en el fondo
En el modo de abordar la cuestión nacional Paz supera a sus predecesores. El enfoque de Vasconcelos lo alejó de la sociedad y la historia concreta, para aproximarlo a la biología y a la religión, donde la construcción de un mito racial de integración de 32 razas inventa la clave de nuestra identidad. El enfoque de Ramos lo aleja de la vida social, para centrarse en la psicología y en la cultura espiritual, donde la identificación de cierto trauma primario en el alma colectiva de nuestro pueblo devela la clave de nuestra identidad. En cambio, Paz ya no está imbuido de un enfoque filosófico netamente espiritualista ni futilmente idealista. Eso le permite entender complejas determinaciones históricas y materiales, planteando como su espacio de análisis la historia: "El mexicano no es una esencia, sino una historia" [3].
En este nuevo enfoque, nuestra historia es entendida con la lente de una teoría general de la enajenación humana. Se trata de una teoría de la enajenación aplicable a toda la humanidad y en todo su recorrido. Esa teoría nos la presenta como "dialéctica de la soledad", en su “Apéndice”: "La soledad es el fondo último de la condición humana"[4]. Aquí nos presenta el fundamento final, que explícitamente está más allá de todas las otras determinaciones. Sin duda la soledad es el término clave del libro. La soledad señala el sentimiento del individuo aislado. Y ese sentimiento es negativo, y exige la búsqueda del otro, la comunión. La sociedad humana define una íntima necesidad de encontrarse al prójimo. En la interpretación de Paz se nos presenta una dualidad básica del siguiente modo:
  • individuo - sociedad
  • soledad   - comunión
  • alteridad - identidad
Debe quedar claro que en esta concepción lo originario está del lado del individuo. En el argumento escuchamos algo parecido al eco de la voz de J. J. Rousseau, para quien el encuentro de personas inicialmente dispersas genera el pacto del contrato social. El polo de la individualidad, además de fundar el lado originario resulta ser una condición eterna, el núcleo permanente de cualquier historia. "Nacer y morir son experiencias de soledad. Nacemos y morimos solos"[5]. El nacer lanza hacia la caída en un ámbito extraño. Entonces se trata de una condición natural, que el individuo esté aislado, solitario.
La consecuencia obligada de tal soledad es el deseo de salir de sí, alcanzar la comunicación, reunirse. De ese modo la vida social es acompañante indispensable de toda la odisea de la individualidad.
La vida social existe, eso es un hecho. Mas si Paz arranca su narración desde el aislamiento original, su temática consecuente tiende un cable al lado opuesto, sobre cómo se restablece la unidad. El modo de cohesión entre las personas gravita en el centro de su atención. Entonces se preguntará sistemáticamente por la forma de reunión de los seres humanos en diversos niveles. Entonces nos presentará la historia social sosteniendo que hay en el fondo una carencia de socialidad, la cual estima condición eterna.
La posibilidad de que el solitario establezca la comunión le preocupa de una manera multifacética. Explora insistentemente las diversas vías mediante las cuales se logra tal comunión, o al menos se intenta, entre las que destacan el amor, la religión, el comunismo tribal, la familia, el arte y la nacionalidad. Veamos brevemente, cómo se abordan estos diversos aspectos. Comunidad tribal: indica a la cohesión en sí, huida paranoide de la incomunicación, donde el sistema de reglas y ritos protege al hombre de su soledad. Sociedad moderna: pretende suprimir la dialéctica de la soledad aplicando los métodos de producción en masa al sentimiento, y aboliendo autoritariamente las excepciones. Religión:   el sacrificio y la comunión son modos de integrar a las personas, meterlas a la sociedad. Aunque la religión es vista como proceso de socialización, puede convertirse en el eje de la síntesis social. No la rechaza como una mayor enajenación humana, sino como un alivio de la misma. Arte: es comunicación, el encuentro de la feliz Forma que reúne a los hombres en el gozo. Familia: nudo problemático donde se forja la soledad en el tránsito de la infancia a la juventud. Trabajo: es una fórmula moderna para evadirse de sí mismo, vivir inundado en los afanes, pero el trabajo moderno sin finalidad real engendra soledad. Amor: es la forma cumbre del deseo de comunión, es la "forma clandestina y heroica de la comunión" [6]. En esta sociedad el amor parece casi inaccesible, mil obstáculos se le imponen. Aún Así, para el autor se trata de la única comunidad real, y fuera de ésta queda la simple utopía de comunión. Utopía: evoca la pervivencia del ancestral mito de la edad de oro, que sería la promesa mítica de una comunidad humana plena. De elegante manera, Paz remata su texto dejando claro, que para él la utopía social demuestra un bello sueño, y que es preferible reconocerlo como un sueño y no como esperanza efectiva.
De ese breve cuadro de la búsqueda de comunión obtenemos tres resultados. Hay una polifacética aplicación de su idea del proceso de enajenación. El arranque y recaída en la separación antagónica se desdobla como una explicación general y comprensiva, la clave del proceso histórico humano. Su óptica, en el fondo, tiene un corte nihilista, pues no hay esperanzas efectivas. En lo profundo de la naturaleza humana se encuentra la enajenación, como radical separación entre los humanos. Ahí siempre estuvo y estará. Además siempre será una pesada carga.
"Todas las civilizaciones son civilizaciones de la enajenación y todos los civilizados se rebelan contra la enajenación"[7]. Existe un nivel de crítica en Paz, pero esa crítica está un paso atrás de los autores del socialismo utópico, pues su premisa suprema acepta la impotencia de la crítica. Por eso Paz se mueve dentro del pensamiento básicamente positivo. Su crítica es una reflexión de tal naturaleza limitada, donde la propuesta de fondo es refinar la enajenación humana, mediante el Arte y el Amor dar alientos de belleza a quienes sean capaces de captarla, mientras la vida cotidiana de la humanidad ordinaria padece al carecer de comunión efectiva y mantenerse en el pantano de la soledad. Por ese fondo tan pesimista y a contraviento de sus demás méritos el Laberinto de la soledad puede quedar integrado, con todos los honores, dentro del acervo de la ideología oficiosa mexicana, en el periodo de mayor despotismo práctico. El pesimismo permite que una carga tan corrosiva de verdades se pueda digerir dentro del sistema de la ideología oficinista del periodo, la cual evitaba cualquier tipo de crítica. Los aciertos y toda su dimensión de la historia viva del texto de Paz quedan neutralizados con un horizonte de pasividad y pesimismo; el pesimismo de fondo convierte en neutrales tantos magníficos pasajes donde Par denuncia las atrocidades de este mundo, y sus revelaciones no llaman a nadie a ninguna acción. Por eso Paz pudo convertirse en una especie del santo patrono de la intelectualidad nativa inteligente pero casi resignada y casi conformista. Además ese discurso pesimista de la impotencia nació enraizado en una situación histórica de mediodía del nacionalismo burgués y también de la situación estratégica de geopolítica, donde gravita enormemente que México sea la frontera con la mayor potencia imperialista mundial.
4.- Descripciones de lo mexicano
Lo mexicano a los ojos de Octavio Paz nos exige poner unas líneas iniciales de alerta. El pueblo mexicano está en trance de crecimiento y atraviesa por una etapa reflexiva. La reflexión corresponde a la minoría poseedora de una conciencia de sí. Entonces El laberinto es parte de esa empresa. Mas eso no sólo define la pertenencia del libro, sino también a su objeto. El texto abarca sólo a un grupo social concreto de aquéllos con una conciencia de su ser en tanto mexicanos. Fuera de ellos queda un abigarrado mosaico componiendo al país. Además, la minoría de los mexicanos con conciencia de sí "cada día moldea al país más a su imagen. Y crece, conquista a México"[8]. Sin necesidad de vocear, el autor sabe que su obra contribuye a esa “conquista de México”, esa es una función del texto: acrecentar la conciencia de sí de los mexicanos y contribuir a esa empresa de conquista interior. Sin embargo, desde a distancia esta denominada por Paz “conquista” parecía constituir ya una inercia de integración nacional, el proceso semiautomático de nivelación de las regiones, expansión del sistema educativo estatal, perfeccionamiento de los circuitos mercantiles; la simple inercia devoraba las regiones marginales y anómalas.

La idea de una conquista interior, para ir moviéndose del mosaico abigarrado de momentos históricos, costumbres, sensibilidades, etc., a la conciencia de ser mexicanos nos conduce a otra idea implícita. En el fondo está la totalización práctica en el camino de la historia. La actividad humana, que llamamos totalización práctica, toma a los objetos y sujetos del entorno para convertirlos según sus propias finalidades, imponerle su huella. Paz nos dice que una minoría activa está nacionalizando al país. Esa minoría está actuando sobre el mosaico abigarrado, lo cambia para que todos lleguen a sentirse mexicanos y ser tales. Esa idea presente de totalización práctica le permite ver que la mexicanidad no queda rota en su ser esencial por la pervivencia de otros modos de existencia distintos dentro del país. Y esto le permite a Paz convivir con el análisis particular. La noción implícita de totalización en Paz, parece ser una mezcla entre Hegel y Marx.
En la descripción de las denominadas máscaras mexicanas, Paz intenta encontrar un denominador común para el mexicano. Para encontrar ese punto en común se debe saltar por encima de las edades, los sexos, los oficios, las clases. Se busca un punto común denominador que de tan común parece mínimo. Ese punto encarna en la máscara. En la definición del autor el mexicano está cerrado ante el mundo, vive como un desollado pues todo puede herirle, se aleja cualquier contacto. En tal ideología hipersensible se odia a lo abierto como rajado y femenino, mientras la virilidad valiosa es la agresión de lo cerrado. La desconfianza mutua y el mantener las formas dan el tono de la convivencia. El enmascarado es sinceramente mentiroso o simulador. La simple mirada de los otros ofrece el peligro. El extremo de esa actitud vital se describe como el mimetismo del indio. Entre las relaciones humanas enmascaradas se practica el ninguneo, las personas se valoran como nada.
Las magníficas descripciones de las mascaradas mexicanas resultan endebles, como ciencia social respecto de su punto medular. Reitero las descripciones resultan magníficas, memorables y salpicadas de estilo magistral, pero el trasfondo teórico flaquea. Basta adelantarnos a las conclusiones del texto, para ver que lo descrito como la esencia de lo nacional son circunstancias universales. La enajenación mexicana "se trata de una situación universal"[9]. "Pese a nuestras singularidades nacionales (...) la situación de México no es distinta ya a la de los otros países" [10]. La historia nacional aparece ya universal. Bajo la máscara mexicana no se espera encontrar al ser auténticamente nacional, como esperaba Samuel Ramos, sino al hombre universal, la autenticidad existencial bajo la costra de la impostura.
En estas descripciones Paz es capaz de ver más allá del individuo, apreciando el modo de convivencia. "El solitario mexicana ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse,"[11]. La fiesta es el único lujo de este país pobre. El sentido esencial que el autor le encuentra a la fiesta es el religioso, interpretándola como un gesto ritual y un sacrificio donde el derroche fortalece. Las fiestas son ceremonias donde el mexicano momentáneamente se abre al exterior, pero de tal modo que hay un estallido, y esa apertura es exceso, y "Más que abrirnos nos desgarramos"[12]. Entonces la fiesta ritual encierra una tentativa de comunión fracasada, debido a la misma violencia desplegada del intento.
La muerte entrega el espejo oscuro de la vida. El mexicano es indiferente a la muerte, y esa actitud se nutre de indiferencia a la vida. "Todo está lejos del mexicano, todo le es extraño, y en primer término, la muerte extraña por excelencia"[13]. Y esa indiferencia ante su ocaso agrega otra forma para cerrarse ante la vida.
Con la obsesión de un autor de novela policíaca, Octavio Paz va desentrañando cada víscera, y en cada hueco desentrañado, encuentra una y otra vez, siempre lo mismo: soledad, incomunicación, aislamiento, extrañamiento, enajenación. Lo verdaderamente sorprendente está en su diagnóstico negativo de la fiesta, expresión directa del deseo de reunión. Ahí Paz condena a la festiva reunión en vistas de su vehemencia o de su violencia. Ese juicio nos deja el sabor de un desliz. La evidente reunión festiva, el acto material de la convivencia, finaliza anatematizado en vista de algunos de sus efectos ocasionales, como son su vehemencia y violencia. El sentido religioso atribuido también queda relegado.
Antes de finalizar este capítulo, conviene reconocer el acierto de Paz para rescatar la potencia de las metáforas como medio para captar la naturaleza del fenómeno nacional, pues el tema en sí de las identidades ya implica el simbolismo y sus metáforas. El título de la obra la encierra una metáfora ejemplar, motivadora de las más hondas evocaciones. El laberinto nos abre el camino para la captación de la totalidad, pero bajo su figura problemática, encierra al encierro, y basta evocar la palabra “laberinto” para sabernos perdidos o candidatos a la perdición. Asimismo, el laberinto por rebote hacia la contradicción nos indica el camino del héroe, el despertar de las potencias dormidas, indica el tiempo de la semilla. La unión de laberinto con soledad ya revela un programa completo de dramatismo, el paso desde la crisis de aislamiento hacia su drama de superación. En ese sentido, el teórico del mediodía nacional es justo que sea un poeta y un artista, pues la pincelada poética es tanto la revelación como el antídoto para las agonías nacionales. Y para mantenernos dentro del terreno de la brevedad, bastará estimar el potencial evocador de la máscara como doble lenguaje del rostro, que nos indica el ocultamiento y la revelación. Enteras las revelaciones sobre la falsedad y la mentira ya aparecen con la simple mención de una máscara, palabra tan poderosa como compleja, porque enmascarar ya implica revelar, indicar la identidad nueva hacia la que viaja el enmascarado. Y las naciones implican un juego potente y eficaz de identidades, una deriva individual y masiva hacia las identidades elegidas, y viceversa, las identidades en fuga también se indican con el término de las máscaras. Resulta cierto que el tema de la compleja identidad nacional rebasa el ámbito de la máscara, pero aquí simplemente quiero indicar su fuerza evocadora.
5.- Los orígenes de la nación
Las realidades presentes nos remontan hacia los orígenes. Si actualmente nos definimos como hijos de la Malinche, entonces el razonamiento indica que así somos porque antes también eso fuimos. Además ahora ya no se acepta ni quiere la condición de indio ni la de español, motivado por un rechazo completo del origen, rechazo que termina implantado una voluntad de desarraigo. La cultura mexicana actual mantiene una relación traumática con los orígenes del mestizaje. El insulto cumbre entre la población señala al "hijo de la chingada", y remite demostrativamente hacia un trauma inicial y remoto: la violación de las indias por los españoles.
Constatar que el remoto pasado vive en el presente obliga a pensar en la historia, en la cadena temporal de acontecimientos que desembocan en el día de hoy. Para Paz ese pasado pervive como creencias y costumbres, es decir como aspectos culturales. Por eso el pasado no le interesa tanto en cuanto existió una sociedad con relaciones materiales, sino como ámbito de cultura. Ese enfoque, limitado desde mi punto de vista, contiene cierta ventaja en su laxitud. La indagación del pasado en el texto recorre diversidad de aspectos en todos los órdenes permitiendo cierta riqueza para recolectar materiales heterogéneos. De manera no explicitada se percibe que aquí el hilo conductor serpentea doble: 1) La dinámica de dispersión y unidad de un pueblo, y 2) las formas expresivas de la sensibilidad de un pueblo [14]. El primer aspecto es el que se conecta más directamente con la ciencia social, de hecho incluye a la pregunta por la existencia de un pueblo y la creación de una nacionalidad.
Aquí no se reproduce la totalidad del esquema de sucesión histórica propuesto por Paz, simplemente tratamos de mostrar algunos puntos que nos indican la manera en que Paz enfoca su ensayo, apuntando algunos temas a investigar.
Según el autor, en Mesoamérica se ve una relativa homogeneidad de rasgos característicos, cierta cultura común. Sobre el mundo mesoamericano se enseñorea la Conquista. El colapso de elementos opuestos es sintetizado en el orden colonial. En esa síntesis colonial es que Paz cree descubrir el verdadero origen, el origen de México. "La historia de México, y aún la de cada mexicano, arranca precisamente de esa situación" [15]. Mas ¿Dónde está el punto de síntesis de ese mundo colonial? Sin duda Paz ofrece una astuta respuesta doble. En primer lugar, la conquista incluye una voluntad unitaria, una decisión práctica de unificar en los diversos niveles, pues "los españoles postulan un solo idioma, una sola fe, un solo Señor. Si México nace en el siglo XVI, hay que convenir que es hijo de una doble violencia imperial y unitaria: la de los aztecas y la de los españoles" [16]. Un pequeño detalle equivocado permite filtrar la grieta de la duda en este argumento de la voluntad imperial, pues internamente lo español no se unificaba en el idioma y en otros aspectos, el punto de unidad exclusivamente se mantuvo en el ámbito de la religión y el sometimiento al monarca; entonces el argumento de la voluntad unitaria posee su deficiencia, pero sigamos sobre su huella y en ese aspecto lo dominante para Paz consiste en el dominio mismo, la violencia y su organización en un imperio, el acto de imperar organizado. En segundo lugar, tenemos la integración de los dominados en la sociedad y el Estado, por la vía de la religión. "El catolicismo es el centro de la sociedad colonial porque de verdad es la fuente de la vida, porque nutre las actividades" [17]. Debe entenderse su metáfora espacial pues el lugar geométrico en el centro de un círculo, solamente existe uno. Entonces la religión como integradora pasa a ocupar el primer plano explicativo. La causa radica en que esa religión re-liga a los dispersos, da cohesión interna a la colonia, mientras que por su lado la violencia imperial da una cohesión exterior, mera superposición. Entonces tenemos que la religión es el centro, pero no por motivos religiosos, sino sociológicos. Curiosamente en esto coinciden los otros exponentes de la filosofía de lo mexicano, Vasconcelos y Ramos. La divergencia de caminos interesantes es que dicho argumento permite a Paz evadirse del argumento de las razas, tan querido por sus predecesores. Bajo esta interpretación el catolicismo de la colonia motiva una íntima unidad cultural de lo hispano e indígena, entonces ocurre la efectiva síntesis, sin recurrir al argumento de la unión biológica del mestizaje, se plantea una matriz forjadora de la nación.
Paz interpreta a la Independencia, en gran medida, como un acto de prestidigitación, como un acontecimiento un tanto externo, no bien arraigado en las premisas interiores. El resultado de la gesta independentista es delinear constituciones más o menos  liberales y democráticas que "sólo servían para vestir a la moderna las supervivencias del sistema colonial" [18]. A través de diversos acontecimientos políticos la interpretación observa el mismo trasfondo. La legalidad la considera como pretenciosa e irreal creación de superestructura, un sistema de igualdad legal cobijando una entidad desigual y atrasada, sin embargo, queda en el aire la base de esa misma legalidad.
"México nace en la época de Reforma" [19] Germina como nación en el sentido que le dio al término Ortega y Gasset, de proyecto histórico capaz de mover voluntades diversas y dar trascendencia al esfuerzo solitario. Este largo eufemismo se refiere al movimiento patriótico que derrotó a los franceses y su invasión. Mas en cuanto a núcleo de ideas en opinión de Paz sigue siendo la Reforma una decantación de aquello evaluado como irrealista: sostener la igualdad universal de los nacionales. Resalta una contradicción evidente en el planteamiento de Paz, pues nos dice se conforma la nación efectivamente sobre una base de ilusión jurídica. Más aún, se cohesiona eficientemente a los compatriotas sobre la base de la abstracción de su igualdad. La única manera correcta de resolver esta paradoja, que quedó en el aire es encontrar la base material del discurso liberal, y no limitarse al mero influjo de las ideas bellas sobre los hombres ilusos. Y además se tendría que indagar la naturaleza de ese Estado sostenido en la igualdad ilusoria de los compatriotas. Como nada de lo anterior está resuelto en Paz, ese preciso momento constituyente de la nación resulta un misterio de la voluntad colectiva. Y esto resulta misterioso e inexplicable si creemos que la Reforma expresa "una triple negación: la de la herencia española, la del pasado indígena y la del catolicismo" [20]. El asunto es crucial pues Paz ha sostenido que la religión antes fue el centro de la vida colonial. La negación del pasado incide en el centro vital. Aún así, la Reforma no nos hace, pues el matricidio no equivale al nacimiento. Finalmente, ese nacer de México queda en el completo suspenso, pues la afirmación liberal mantiene un gran hueco, representa la libertad completamente vacía.
El siguiente parto de la nacionalidad acontece durante la Revolución Mexicana. Para el autor ésta es la "verdadera revelación de nuestro ser"[21]. Las razones positivas que nos propone para esa interpretación son un tanto pobres: por un lado, esta revolución carecería de precursores, sus vínculos con la ideología universal son mínimos, está desnuda de doctrinas, y por el otro lado ese movimiento incluye la pretensión de regresar al pasado, reivindicando el pasado indígena. En este punto es donde está el núcleo caracterizador. Por eso Paz, presenta una doble argumentación. Indica que casi cualquier idea revolucionaria pretende establecer una antigua justicia, lo que implica un "eterno retorno", la búsqueda de una "edad de oro". En la argumentación típica de Paz resulta que no es el futuro parapetado en el pasado, sino inversamente, resulta que las revoluciones operan como las locomotoras de la prehistoria, pues en vez de hacer brotar el futuro conjuran para renacer al pasado. Eso se aplica cabalmente al caso mexicano. "El radicalismo de la Revolución mexicana consiste en volver a nuestra raíz (...) el pasado indígena"[22]. El zapatismo queda reivindicado, pero desde el polo opuesto al divulgado por la izquierda política [23], y afirma que el movimiento de los sureños fue el nervio del proceso. El acierto de Zapata es proponer una edad de oro del pasado real, volver al calpulli, con el nombre de ejidos y demandar el respeto a una tradición encarnada en los títulos virreinales de propiedad. Gracias a la Revolución se vuelve a la tradición. Ahí, el Estado encuentra una base, pues la Revolución mexicana funda al nuevo Estado. La "fiesta de las balas" revolucionaria marca con un sello positivo a esa nueva etapa de la vida del país, y el contenido de esto es incluir el pasado indígena. Entonces la Revolución niega a la negación de la Reforma y entonces brota la propuesta acabada de nacionalidad. Entonces la nación queda constituida de una manera ya casi plena: "la Revolución ha recreado a la nación" [24].
La recuperación de la tradición ha permitido crear a la nación. ¿Por qué ocurre esto así? No descubrimos en Paz una respuesta demasiado abundante en este punto, no hay fundamento.
6. La actualidad
El retrato de la actualidad está marcado por una intención crítica de tónica pesimista y hasta con tintes nihilistas. En efecto el autor critica agriamente la situación de miseria e injusticia que priva en el país. Denuncia que la creación de una nación no ha constituido una comunidad real, no erige un orden vital, cimentado con justicia y libertad. Esa opinión es importantísima, pues representa con claridad un cierto límite lógico para el desenvolvimiento de la filosofía de lo mexicano. Los antecesores destacados, Vasconcelos y Ramos esperaban el encuentro de la mexicanidad, que condujera hacia alguna solución para los graves problemas sociales. Paz contempla el resultado, donde la unificación nacional ha cumplido metas, y nos avisa que ya ninguna expectativa de mejoría podemos pedirle a la mexicanidad, entonces no encierra un gran sentido seguir el curso nacionalista, como una alternativa por sí mismo. Tras una larga agonía de integración México conquistó su plena Nación ¿Y qué ganó el pueblo mexicano con todo esto? Ganar una plena nación pareciera escasa presea en ese mediodía del siglo. En su reflexión la originalidad nacional Paz exige una solución universal, un avance en sentido trascendente: "La mexicanidad será una máscara que, al caer, dejará ver al final al hombre" [25].
Por eso mismo la exploración de Paz acerca de la actualidad se metamorfosea hasta la dimensión de lo cosmopolita. Indaga acerca del imperialismo y el socialismo, las colonias y las metrópolis, los burgueses y proletarios mundiales, el pensamiento se obliga a moverse sobre las grandes contradicciones planetarias y sus perspectivas reales o imaginadas. El resultado pesimista al que desemboca indica una barrera aparentemente infranqueable: para él no existe un interlocutor válido para el cambio social. La media noche del siglo lo inunda de escepticismo y decepción. Las puertas permanecen cerradas “a piedra y lodo”, y por si esto fuera poco del otro lado de las puertas únicamente espera otro estremecimiento siniestro, pues espera el vacío. "Pues tras este derrumbe general de la Razón y la Fe, de Dios y la Utopía, no se levantan ya nuevos o viejos sistemas intelectuales (...) frente a nosotros no hay nada" [26]. En su crítica hay anhelo de encontrar oído receptivo en otros solitarios. Pero nosotros preguntamos ¿sin perspectiva de trascender este mundo enajenado quién aporta el oído receptivo? El discurso parcialmente crítico de Paz desemboca en lo siguiente: el auditorio se convierte en Sentido común, y la acción consecuente se convierte en un liberalismo suave recuperable por el Estado. Por eso mismo, a pesar de sus críticas puntuales, la obra de Paz contribuye a colocar la firme plataforma de la nacionalidad mexicana, utilizable en la coyuntura interior para la divulgar una imagen de omnipotencia del sistema semi-despótico de Estado. Entonces con Octavio Paz estamos ante el último gran "filósofo de lo mexicano", el autor más destacado del mediodía inmóvil, cuyo elegante discurso consolidó este ser nacional de México.

NOTAS:


[1] BARTRA, Roger, La jaula de la melancolía, Ed. Grijalbo. Desde el título descubrimos un tono de crepúsculo, antagonizando al tono del mediodía.
[2]  PAZ, Octavio, "El espejo indiscreto", en El ogro filantrópico, Ed. Joaquín Mortiz, p. 56.
[3]  PAZ, Octavio, Posdata, cit., en El ogro filantrópico, p. 16.
[4]  PAZ, Octavio, El laberinto de la soledad, p. 175.
[5]  PAZ, Octavio, El laberinto de la soledad, p. 176. y La doble llama.
[6]  Ibid., p. 181.
[7]  PAZ, Octavio, El ogro filantrópico, p. 36.
[8]  PAZ, Octavio, El laberinto de la soledad, p. 11.
[9]  Ibid., p. 152.
[10]  Ibid., p. 154.
[11]  Ibid., p. 42.
[12]  Ibid., p. 47.
[13]  Ibid., p. 53.
[14]  Ibid., p. 121. "Si la historia de México es la de un pueblo que busca una forma que lo exprese, la del mexicano es la de un hombre que aspira a la comunión".
[15]  Ibid., p. 91.
[16]  Ibid., p. 90.
[17]  Ibid., p. 91.
[18]  Ibid., p. 110.
[19]  Ibid., p. 115.
[20]  Ibid., p. 113.
[21]  Ibid., p. 122.
[22]  Ibid., p. 130.
[23]  GILLY, Adolfo, La revolución interrumpida, Ed. El caballito.
[24]  PAZ, Octavio, El laberinto de la soledad, p. 156.
[25]  Ibid., p. 153.
[26]  Ibid., p. 174.