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viernes, 24 de febrero de 2012

TRAMPAS INVOLUNTARIAS PARA LA FE


Por Carlos Valdés Martín


Avanzaba optimista el año de 1926, según recordó en el relato de su juventud. Lo primero fue un susto, esa sensación que venía cuando se precipitaba el recuerdo del volantazo ante un animal que se cruzaba en el camino, luego la volcadura y el humo, además la sensación sorpresiva de descubrir que alguien estaba en el maletero, pero el humo y la confusión dificultaban sacarlo. Intentaba abrir la puerta atorada, mientras el fuego amenazaba con extenderse.

Tomó distancia en su mente, se alejó del momento desagradable y se contentó con el lado agradable, por donde empezaba lo lindo ese recuerdo. El orgullo familiar creció con un nuevo automóvil. El afamado Ford T de figura graciosa, contornos suaves y color negro brillante, corría veloz y dócil bajo sol tropical y la guía del volante de fina madera. Las miradas de los lugareños convergían hacia ese nuevo vehículo: los carretoneros lo ojeaban con envidia; los jinetes, con respeto; los peatones, con reverencia y sólo los ferrocarrileros se mantenían indiferentes como los representantes dogmáticos de mastodontes mecánicos, lejanos y orgullosos. Esa posesión señalaba el nuevo clímax de la elegancia para la gente acomodada.

El año anterior, un afortunado nombramiento como gobernador provisional y el pago en efectivo por méritos políticos se combinaron para Francisco Solórzano Bélar. Este flamante jefe del gobierno provisional obtuvo tan codiciado vehículo, cuando por las calles de la ciudad provincial circulaban únicamente otros cinco de ese tipo.

Subirse a un auto reluciente traído desde Estados Unidos era el sueño dorado de los jóvenes y muchachas de la ciudad de Colima, pero pocos privilegiados lograban ese objetivo. Si el paseo dominical montados en tales artefactos era motivo de envidia, el convertirse en su manejador dibujaba una meta suprema. Alcanzar esa propiedad sería prenda digna para la jerarquía del gobernador y del puñado de elegidos del dinero y el poder.

Don Francisco Solórzano por su jerarquía como general del ejército mexicano tenía a su disposición un cabo destinado para chofer. Y además del cabo, gustaba acompañarse de un teniente, que le servía de escolta disimulada.

La guerra cristera comenzó hostilidades un poco después, en enero de 1927, centrada en la región del Bajío, pero desde antes existió agitación de ánimos y opiniones, con distintos tonos en cada rincón del país. El ambiente nacional estaba caldeado por el conflicto entre la Iglesia católica y el grupo del Presidente Plutarco Elías Calles, electo en 1924. Desde 1925 ocurrieron atentados y alzamientos aislados promovidos por católicos radicales en la región del Bajío. La fracción más fanática del catolicismo incitó a una insurrección, que se denominó la guerra cristera y entonces sí hasta esa zona costera de Colima se vio envuelta en la parte activa y cruda de ese conflicto. Cuando, en la vorágine del conflicto, la jerarquía católica hizo una “huelga” de oficios religiosos y el gobierno prohibió los actos de fe “pública” en represalia contra los levantiscos, el conflicto retumbó hasta Colima.

El ambiente militarista y agitado de la post-revolución mexicana permeó a Colima, pero la ciudad provincial se mantuvo atemperada y casi apaciguada por un carácter más dulce y recatado entre la población. Ese carácter local debo atribuirlo a los frescos vientos costeros y a una relativa prosperidad fluyendo de sus plantaciones de cocos, plátanos y limones. La región permaneció a la orilla de los conflictos militares, pero sometida al caudillaje de las facciones triunfadoras de la Revolución Mexicana. Aún así, la evidencia práctica de que el poder se obtenía por vía de las armas, alteró las aspiraciones y una parte de la población colimense se inclinó por la carrera militar. Salieron algunos jóvenes para integrarse en las filas revolucionarias, y unos cuantos sobrevivientes exitosos, regresaron con grados militares y medallas al pecho, consentidos con privilegios de mando. El general Francisco Solórzano Bélar era uno de esos afortunados colimenses que regresaron invictos de la guerra revolucionaria. La gran mayoría del pueblo observaba a esos próceres militares con veneración, pero tras la admiración se escondían rastros de envidia, ese sentimiento agazapado del pequeño esperando la revancha contra el grande, murmurando alguna maledicencia y anhelando el cambio de la diosa fortuna.

En un ambiente cargado de conflictos, el gobierno provisional duró hasta el invierno siendo reemplazado por un político más dispuesto a enfrentarse con la iglesia local, y a Don Francisco le quedaron únicamente importantes atribuciones militares, que seguía despachando desde el Palacio de Gobierno.

Si bien, Don Francisco era un católico practicante, no por ello entorpeció las órdenes provenientes desde la lejana capital, la ciudad de México. Incluso, con doble razón obedeció, porque siendo católico y deseoso de no contagiar a su provincia con la agitación religiosa (que ya se convertía en la guerra cristera) imprimía un sello de cortesía y delicadeza en sus acciones. Siguiendo órdenes superiores, sus soldados cerraron algunos templos durante sermones agitadores y un seminario católico donde había propaganda cristera; pero se cuidaron para evitar cualquier violencia y tratando de explicar a los feligreses y a los sacerdotes la situación tan delicada en que caía el país entero. Gran parte de la feligresía quedó indignada, por lo que Don Francisco intentó diversas medidas de apaciguamiento y realizó reuniones privadas con los jerarcas del clero, para negociar discretamente la reapertura de las iglesias cerradas. Pero fue en vano y las negociaciones no contuvieron una mala imagen del gobierno local. Fue detectada la agitación de un cabecilla local, quien juntaba armas para la causa cristera; entonces el Jefe de la Policía local organizó una redada para detenerlo junto con una docena de partidarios.

Tras esta detención el ambiente en la ciudad se saturó de temores y sospechas. Los sacerdotes católicos acusaban a los socialistas, masones y agraristas en el gobierno y recordaban con rencor, las medidas del Presidente Juárez, cuando los despojó de las riquezas del país. Radicalizados por las ofensas, algunos políticos del gobierno ya estaban dispuestos a reprimir la insurrección católica que se anunciaba en el horizonte y pedían mano dura contra las intervenciones ilegales del clero en la política. El gobierno nacional tomó las medidas más astutas contra la agitación religiosa, pues promovió el reparto agrario. El reparto de tierras (ofrecido por la Revolución desde el año 1915 con la Ley Agraria y vuelto a prometer en 1917 por la Constitución) superó la etapa de puras promesas y fueron creciendo las entregas; pero orientadas por una brújula política, y, en particular, se repartían ejidos donde la agitación clerical parecía más agresiva.

Otras regiones del país, casi a la luz del día, organizaban una sublevación con el abierto apoyo de la jerarquía religiosa local, pero el obispo de Colima permanecía contrario a una rebelión armada. Esta actitud del obispo era más debida a un intenso temor personal ante una cruel guerra interior que por convicción pacifista; incluso, en sus homilías dominicales condenó públicamente al cabecilla sedicioso descubierto y llamó a la reconciliación. Sin embargo, a mediados del año 1926 la jerarquía católica del país ordenó cesar los oficios religiosos públicos en todo el país como protesta y desafío contra la llamada Ley Calles, la cual les obligaba a someterse al poder del gobierno.

El gobernador de la región ofrecía a los curas y católicos las garantías civiles posibles en medio de una hostilidad creciente y ordenó al Jefe de Policía que no extendiera las detenciones, pues preveía que un acto de fuerza adicional encendería los ánimos hasta el extremo. La guarnición de la cuidad fue reforzada en cantidad de tropas y armamento, y el manejo de una logística compleja mantuvo ocupado al exgobernador y general Francisco Solórzano. En algunos pueblos y rancherías aislados de Colima los cristeros se estaban armando, y pronto llegarían grupos desde el vecino estado de Jalisco para avivar la flama de la insurrección. En sus pesadillas, don Francisco imaginaba que una guerra fratricida e insensata bañaba en sangre su terruño.

* *
A Constantino Bélar le enorgullecía que su tío segundo (primo carnal muy cercano a los afectos de su padre) hubiera sido gobernador y luego manejara la plaza militar. En su despreocupación, Constantino no encontraba que esa situación implicara un riesgo. La juventud no observa los nubarrones de guerra como un conflicto trágico sino como una fiesta de balas. Los relatos sangrientos de la Revolución Mexicana que lo inquietaron en la infancia, para esa juventud ya estaban cicatrizados y olvidados para cualquier efecto práctico.

Ciertamente, la ciudad estaba dividida entre los partidarios del gobierno y los fieles de la iglesia, pero una mayoría no se interesaba en temas políticos. Además, en cuestiones políticas, él era instintivamente neutral, por completo ajeno a partidarismos y extremismos. Se sentía tan a gusto compartiendo con los abogados liberales, los administradores del Palacio de Gobierno y los sacerdotes del seminario. Aficionado a los deportes, le gustaba inscribirse a los juegos de futbol, según una moda recién importada.

Lo más apasionante para ese joven de casi veinte fue que su tío compró un nuevo automóvil. Él era casi un hijo para su tío, el cual únicamente procreó mujeres y, en situación del sobrino de mayor edad gozaba de consideraciones. Así, que la petición de aprender a manejar fue aceptada sin regateos y el chofer militar se encargó de dar lecciones de conducción al sobrino, pues en esos días, no existían escuelas de manejo ni a la autoridad se le había ocurrido expedir licencia de manejo alguna.

El sobrino Bélar encontró un uso vistoso para ese vehículo dando paseíllos por la ciudad, ofreciendo aventones a sus amigos y amigas cercanos. El auto Ford T lo pedía en préstamo regularmente los sábados y lo aprovechaba con intensidad: primero para pequeñas vueltas hacia la plaza principal, pero con los meses, obtuvo permiso para visitar las ciudades y rancherías aledañas.

* *
Esa tarde viajó hacia la ciudad de Tecomán, distante menos de treinta kilómetros y lo acompañaron cinco amigos (Ruperto González y sus tres hermanas), completando las plazas de la unidad automotriz.
En Tecomán acudieron a una boda religiosa, donde la hija de un hacendado contrajo matrimonio con un licenciado nacido en el puerto de Manzanillo. Recordemos que a Constantino no le incomodaba departir con las gentes piadosas y, si bien, los vecinos lo identificaban como gobiernista y sospechoso de ateísmo por causa de sus parientes, eso no lo incomodaba. En la fiesta departió con la familia Rivas, mayordomos en ese sitio; escuchó al músico local, tomó el licor de reserva de la casa, degustó guajolotes cocinados al mole y se enteró de chismes. Un joven sacristán de la ciudad de Colima, de nombre Nicodemo, se pasó de copas y debía volver a la ciudad.
Debido al sobrecupo Constantino no quería llevar al sacristán en el automóvil, pero la señora Rivas y un vecino le sugirieron transportarlo en el maletero de equipajes. También el sacristán, de nombre Nicodemo, rogó viajar en ese automóvil tan lujoso. Con ojos lloros y las manos cruzadas se hincaba y repetía: —Aunque sea en la cajuelita abierta, lo ruego, lo ruego encarecidamente.

* *
El sacristán Nicodemo, era bajito y bromista. Hijo tercero de una viuda joven que viajó desde Comala, escapando de la miseria y las incursiones de bandoleros que azotaron esa zona durante los años de la Revolución. La señora fue recibida como refugiada en un anexo de la Iglesia de la Conchita, dedicándose al servicio de limpieza y la alimentación de los sacerdotes. Su hijo creció en el ambiente eclesiástico y aspiraba a convertirse en un verdadero fraile, así que laboraba infatigable en el auxilio de los sacerdotes.
Al principio viajó sentado, manteniendo abierta la cajuela con su cabeza, pero al rato le ganó el cansancio y se recostó de lado, encogiendo el cuerpo dentro del maletero y se quedó dormido.

* *
Constantino no compartía el volante con nadie, pero su amigo compartía la bebida con él. Las chicas ponían la boca en la botella y se quejaban de la sensación quemante sin tragar, pues era aguardiente.

La tarde caía con frescura; los tonos dorados del sol aproximándose al horizonte bañaban las colinas del semitrópico colimense. Los jóvenes pasajeros continuaban con sus pláticas risueñas, con los chismes de la alta sociedad de Tecomán, cuando un toro negro cruzó y bloqueó la carretera. Ante la amenaza del animal, Bélar dio un volantazo intempestivo, evitando la colisión; pero el vehículo salió del camino hacia la cuneta y pegó contra una roca que dañó el motor. La velocidad del vehiculo descaminado no era excesiva, pero en el movimiento del impacto la cajuela quedó cerrada con el sacristán adentro.
Cuando el Ford T impactó contra la piedra también el tubo de la gasolina que alimenta el motor sufrió una fisura y un pequeño hilo de combustible empezó a quemarse, al inicio con una flama imperceptible.
Confusos y mareados, cuando bajaron del vehículo volcado se quejaban de golpes. Constantino y sus amigos estaban lastimados, pero sin huesos rotos sólo se ocuparon del sangrado de brazo de María de la Luz. Impresionados por las gruesas gotas de sangre precipitándose por el codo, ellos intentaron evitar el flujo de la sangre.
—Me duele mucho— Chillaba y soltaba lágrimas.
Rompiendo la manga de su camisa, Ruperto, el otro pasajero, improvisó un torniquete sobre el brazo herido.

Debieron transcurrir unos minutos cuando el torniquete detuvo el sangrado, pero mientras tanto la gasolina había encendido los asientos traseros. Ante las llamas el grupo retrocedió con temor.

En ese momento Constantino se dio cuenta: —¡El sacristán está en la cajuela!
Todos se alarmaron al comprender que el sacristán no hacía ruido y la cajuela estaba cerrada.

Y Constantino buscó las llaves de la cajuela y no las encontraba en sus bolsillos.
La evidencia indicaba que se habían caído las llaves durante la colisión, y ya oscurecía.

Se acercó y golpeó la cajuela con el puño. Repitió en tres ocasiones el intento, respirando humo y calor. Desde el interior nadie respondía y desde afuera Bélar le gritaba con más fuerza, ordenándole –¡Salte de ahí!– sin obtener respuesta.
Con horror las mujeres miraron que las flamas avanzaban entre los asientos también hacia la cajuela donde yacía el sacristán. Constantino debió retroceder ante el fuego avanzando.
— ¡Avienten arena, la arena apaga la lumbre! –Gritó Ruperto—. Y con efusión participaron todos menos Luz; con desesperación lanzaron arena suelta que abundaba junto al camino.
Ocho puños lanzaron arena hacia el auto y las flamas se redujeron, no así el humo que siguió saliendo negro y denso, torciendo remolinos contra el cielo y las últimas claridades del atardecer.
Siguieron lanzando arena con más ánimo al sentir que bajaban las flamas y Constantino observó que estaba apagándose ya el auto, y recordó una barra de metal junto al asiento delantero.
Se ampolló la palma de la mano derecha cuando jaló una portezuela quemada, pero con la agitación no se percató con claridad de su quemadura y obtuvo la barreta de acero. Esa herramienta era perfecta para forzar la cajuela, pues su punta delgada permitía atacar la hendidura de la cajuela.
En cuestión de instantes Constantino encajó la barreta y gracias al efecto de palanca, recargando el cuerpo en el extremo, logró abrir el cofre al segundo empujón.
Emergió una oscura bocanada de humo, recordatorio del infierno para los pecadores. Después la humareda amainó y, entonces, miró el interior de la cajuela.
Entre emanaciones de calor y hollín jaló el cuerpo flácido del sacristán. Al jalarlo sintió una sensación extraña. Se juntó Ruperto para arrastrarlo por el suelo, cuando ya el sacristán parecía un bulto inerte.
Fue vano cualquier esfuerzo por reanimarlo: el humo lo asfixió.
Las tres mujeres, a pesar de sus heridas, lloraron desconsoladas ante la imagen del sacristán.

* *

El humo subiendo en columna alertó a unos rancheros que acudieron, más curiosos que alarmados, desde una milpa situada a considerable distancia. Ante la tragedia consumada prestaron sus caballos para conducir a los jóvenes accidentados hasta la cuidad, y ellos mismos se ofrecieron para mover el cadáver sobre una rústica carreta.

Luego del largo camino a caballo, sucios y golpeados entraron a la ciudad de Colima en procesión de silencios.
Bélar conocía de vista a la madre del sacristán y en su cabeza daban vuelta las escenas del vehículo humeando ¿Cómo explicar esa combinación de situaciones adversas? ¿Lo perdonaría la madre al ver sus manos quemadas y su rostro manchado por el hollín? ¿Dios no protegía a sus servidores más devotos como el sacristán?
Intentó salvarlo, quedó lastimado y su gesto noble fracasó. Pensó que el gesto de salvarlo había puesto en riesgo, imaginó que la gasolina pudo también atraparlo. La bebida del aguardiente era un fallo en su contra y la propia familia lo tacharía de irresponsable, su tío seguramente se pondría furioso por el automóvil dañado.
Pero, sin otra idea mejor, el sobrino se dirigió al Palacio de Gobierno para explicar lo sucedido y pedir la asistencia de un doctor para su amiga herida.

* *
Los presentes en el Palacio de Gobierno se alarmaron de inmediato, por la patética apariencia de Constantino. El semblante manchado con hollín y las manos ampolladas preocuparon al general. Ante la desgracia abrumadora, el regaño quedó para otro día.

* *

En el velorio, decenas de miradas secas acusaban a Constantino sin decir palabras. Aunque él estaba conmocionado y platicó sinceramente con la madre por un largo rato, la opinión pública de Colima no lo perdonó.
El veredicto de los ciudadanos lo condenaba amargamente. El periódico conservador local en su nota matutina exigió cárcel inmediata para el sobrino del exgobernador.
Los jerarcas de la iglesia católica local estaban tristes y hasta ofendidos (imaginando alguna intención perversa del joven Bélar), pero también alarmados por un conflicto potencial contra la autoridad local. El obispo citó en privado a don Francisco para solicitar cien pesos como indemnización a la madre del fallecido y, también explicar que ambos estaban entre la espada y la pared, presionados por los rumores y el conflicto político inminente.
En otra reunión privada, el juez local Obdulio Pérez le explicó al padre de Constantino Bélar que su hijo iría a prisión, pues muy pronto las autoridades competentes deberían ordenar la aprehensión por el asesinato del sacristán. No importaba la falta de intención en el accidente, el juez uso las palabras: “homicidio imprudencial”.
En ese turbulento panorama, la única opción para no ir a la cárcel seria una huida sigilosa hasta Estados Unidos, con la esperanza de calmar el escándalo y resolver el proceso legal.
La huida le perecía indigna al joven Bélar y estaba dispuesto a recluirse en prisión, pero su familia le exigió que escapara. Su padre y madre lo incitaron, juntaron dinero y le dieron la bendición. Detrás de ellos don Francisco, presionaba para que el sobrino escapara de inmediato, el caso del sacristán mostraba trazos de complicarse políticamente. El general también debía cuidar en su propia carrera política, pues el sobrino en desgracia afectaba su imagen y contribuía a encender los ánimos en la plaza.
En un mismo día, entre el padre y la madre juntaron una considerable suma. Y además su papá con el dinero del general Solórzano rentó (con opción a compra) un automóvil gris y usado a un rico farmacéutico de la ciudad.


* *
La escapatoria se acordó para la madrugada siguiente y Constantino escribió para su pretendida una breve nota de disculpa, con una explicación lacónica en dos líneas: “Respetada y querida Guadalupe: Me veo obligado a alejarme. Al menos un año estaré fuera. No es mi voluntad, sino obligación por la desgracia del sacristán. Mi afectuoso saludo.”

* *
Como confidente de la madre, la tía Estela Martínez de Bélar, estaba al tanto de la fecha y hora exacta de la salida, así que decidió aprovechar ese viaje por un motivo urgente.
En la madrugada, Estela (quien era esposa del primo carnal del padre y recibía el tratamiento genérico de “tía”), acudió furtivamente al zaguán de la casa de Constantino. El resto de la familia dormía o fingía dormir para evitar culpas legales en la investigación policiaca, así nadie despidió a Constantino. Sin embargo, la tía Estela acudió pero no para despedirlo sino como compañera de viaje. Con una maleta pequeña esa parienta esperaba afuera de la casa desde las tres de la mañana, y media hora después se trepó al vehículo.

* *
Ella le explicó el motivo de tanta premura en la urgencia de viajar a Texas: comprar medicinas para una comadre enferma.
La tía Estela fue una compañía agradable de viaje. Sabía anécdotas familiares y de la ciudad, además adornaba o mezclaba las hablillas para hacerlas más entretenidas.
“Sin embargo, por las prisas del viaje –decía Estela Martínez de Bélar—olvidé traer dinero, así pues debo abusar de la gentileza, de usted, querido sobrino”
Y además del dinero olvidó zapatos, medias, pasadores para el pelo, etc.
La tía olvidadiza convenció al sobrino para detenerse en Guadalajara para hacer compras y abastecerse.
“Debo abusar de su gentileza, pero mi marido me enviará un giro telegráfico cobrable –decía Estela Martínez de Bélar— mediante el cual compensaré la gentileza, de usted, querido sobrino”
Las tiendas de la progresista ciudad de Guadalajara eran grandes y mucho mejor surtidas que las de Colima, así Constantino encontró maravillas poco usuales. Descubrió nuevas navajas y rastrillos para afeitarse; lociones de aromas exóticos; una crema para su piel delicada; unas camisas con dibujos tramados de moda. La tía lo alentó para comprar y en las adquisiciones también la tía fue “in crescendo” conforme observaba que el sobrino disponía de dinero y generosidad para prestárselo.
“Aprovechemos esta tienda con magníficos precios de esta capital –decía Estela— y no te preocupes sobrino, si hoy abuso de tu gentileza, mañana te compensaré.”
También compraron una maleta nueva de cuero para cada uno donde transportar mercancías adquiridas.


* *
En esos días la ciudad fronteriza de Juárez en Chihuahua tenía un paso franco para los mexicanos. Del otro lado de la frontera estaba El Paso, Texas.
Trasladarse a Estados Unidos estaba permitido sin restricciones para los mexicanos, pero el tema del vehículo era distinto. Ese aspecto lo debía averiguar Bélar, por eso debió detenerse unos días en la frontera.
Esos días de estancia los aprovechó también la tía saliendo de paseos para hacer más compras con dinero prestado.

* *
Al tercer día en Ciudad Juárez, Bélar por fin logró una llamada telefónica de cabina a Colima. Como en su ciudad natal no existían teléfonos en las casas se usaban las cabinas telefónicas públicas, pero se requería citar al pariente para platicar mediante un primer aviso, que se cargaba al usuario. En esa conversación con su padre Bélar se enteró, que su tía Estela estaba desaparecida y nadie se había imaginado que ella hubiera salido de la ciudad con él. Con candor Constantino le explicó a su padre que la tía le había solicitado un “aventón” en la madrugada, y además llevaba una semana manteniéndola, comprándole y prestándole mucho dinero. De modo tajante, el padre le indicó: —Dile a tu tía que se regrese, pero ya, dile que se lo ordena su marido, tu tío.


Constantino no se sentía con autoridad para obligar o exigirle a la tía, y entonces le rogó a la Estela que regresara a Colima lo antes posible. Pero la pariente negó cualquier cargo, explicó que sucedía un simple malentendido:
“Por la urgencia de mi salida es que tu señor padre no está enterado de la situación, pero mi marido conoce la urgencia de este viaje –decía Estela Martínez de Bélar— y creo que por delicadeza no ha comentado con sus señores padres de usted, pero yo le compensaré la gentileza, de usted, querido sobrino”
Por más que el joven Bélar intentaba explicar un reclamo de parte de su padre para regresar a la tía prófuga, ella insistía en que la situación se debía a un malentendido. Para tranquilizarlo dijo: —Mañana mismo le llamo a mi marido y a tu papá, verás que todo es como te digo.
Constantino se sintió confundido, no supo si las promesas de su tía devolvían la confianza o era el último clavo para el ataúd de una confianza que se perdía.
Ella prometió telefonear, pero no lo hizo.
A la noche siguiente la tía Estela se ausentó sin despedirse; se esfumó y ni sobrino ni el resto de la familia recibió noticias de ella durante los siguientes veinte años. Bélar extrañó el dinero y la fe ciega que había tenido en los adultos.


* *
El padre le confirmó que la tía Estela había mentido descaradamente, pues simplemente se escapó de su esposo en Colima para inventarse una otra vida.
A pesar de la penosa huída de la tía Estela, Constantino recibió pocas amonestaciones y regaños, pues nadie le había prevenido sobre la tía. Los adultos de la familia conocían del grave conflicto matrimonial de la tía Estela, pero ese tipo de temas nunca los comunicaban al joven.

* *
A los pocos días, otra vez en la cabina telefónica de Ciudad Juárez, Constantino avisó a sus padres que obtuvo un permiso para internarse en Estados Unidos con el automóvil, entonces la madre de Bélar le envió una bendición triste. La despedida fue melancólica, la madre sollozó constantemente, mientras mencionaba a los santos del cielo, invocándolos para que bajaran a proteger a su primogénito, tan urgido de guardianes celestiales luego del infortunado accidente. La madre murmuró una plegaria mitad inventada, semejante a las oraciones que prodigaban las viudas a los marineros al zarpar.

* *
Cuando Constantino se montó en el carro gris, miró por última vez el horizonte que se llamaba México: en la línea imaginaria que divide el cielo y la tierra también se volvía diminuta la fe en su buena fortuna y en las tías simpáticas.

martes, 21 de febrero de 2012

DEL “YA MERITO” DEPORTIVO Y LA TOMA DEL ALMACÉN-BASTILLA EN BAUDRILLARD















Por Carlos Valdés Martín

Causa una sonrisa cómplice enterarse que los deportistas de Francia, la patria de la cultura universal, padecen también un síndrome de no alcanzar la meta. De modo festivo, y como para cerrar su colección de textos, Jean Baudrillard nos regala una interpretación ante eventos curiosos. El ensayo final en la Crítica de la economía política del signo marca un parentesco extraño con la mentalidad típicamente derrotista del subdesarrollo. Describe a un deportista que desfallece estando próximo a la meta y se queda atónito, por la injusta causa de que al saberse próximo a ganar le flaquean las fuerzas. Esta aversión al triunfo la creí una anti-cualidad de latitudes que sufrieron el colonialismo, pero veo que está más extendido. De entrada existe una incredulidad, pues el largo camino del entrenamiento y la disciplina define la dificultad mayor; unos pocos metros que separan a un puntero de su meta parecen ya pocos. Exigen una explicación esos casos de quienes colocados en la proximidad de la meta caen derrotados por un enemigo oculto en su mente. Esa vocación al fracaso en el último tramo parecería una inclinación inexplicable y excéntrica, contraria a las actitudes explícitas de las personas. De modo explícito un deportista se prepara para ganar y dedica sus fuerzas a una meta exclusiva. Para la competencia deportiva el triunfo lo representa todo, se eliminan las demás consideraciones para que el atleta se enfoque hacia la competencia y lograr adelantar a sus competidores. El “fracaso en el tramo último” resulta en extremo curioso, y más intrigante es la repetición de esa actitud.
La frase “ya merito” se usa de manera popular para indicar el “ya casi”; donde la palabra “mero” se emplea en diminutivo, convertida en “merito”, implica tanto la noción de disminución, la de simpatía y suceso en el pasado. Ya mero indica una situación más tajante y clara, “ya merito” se abre a connotaciones más inciertas, pero quien las relata muestra simpatía. El iluso dice: “ya merito me sacaba la lotería”, “ya merito me daba un aumento el jefe, pero no lo hizo”. El irresponsable mecánico dice: “ya merito me entregan las piezas para componer su auto y se lo arreglo”, pero todavía no compra las piezas mencionadas. El escéptico le reclama al incumplido: “vives en el ya merito”. De manera curiosa, la frase permite un juego de palabras, entre “merito” (pronunciada con acento grave) y “mérito” (en su uso normal de esdrújula), donde el acento es la diferencia entre lo que nunca sucede y un éxito, porque el mérito se desprende del logro.
Esa frase coloquial del “ya merito” sirve como un lema para indicar esas situaciones, donde “ya merito” ganaba un competidor, usando la frase en diminutivo, que existe algún afecto hacia esa situación. Quedarse en la orilla, no solamente perder, sino mantenerse alejados por la mínima distancia, describe una situación en extremo dramática y de tensión extrema. Ese fracaso no es cualquiera ni ordinario, sino que expresa un fracaso mayúsculo y una indicación de un misterio humano.
Por un lado, Baudrillard nos convence que esa situación se repite, al menos entre los franceses, y hasta muestra una frase que describe esa situación. Por otro lado, el autor se siente intrigado y nos conduce hacia hipótesis de “sociología y psicología” profundas. La interpretación psicológica nos debe remitir a una imposibilidad de satisfacer el deseo, y esa es la discusión hacia donde se dirige Jean Baudrillard. En la frontera de esa imposibilidad de realización, encuentra una pérdida en la intersección del deseo y el signo-valor, el cual sufre un fenómeno de pérdida de satisfacción. ¿A qué se refiere? Braudillar ensaya una crítica de la economía política del signo que continúa y redondea el proyecto del Marx, denominado la crítica de la economía política. El esfuerzo de Baudrillard compagina la teoría crítica de Marx referente al mundo de la mercancía y el capital con una teoría semiótica del valor-signo, que unifica a la “ley del valor” económica, con la sociología de Veblen (el signo como composición de jerarquía entre las clases sociales) y una semiótica (teoría del signo) derivada de Ferdinand de Sassure y Roland Barthes. Esta extraña y compleja mezcla (economía, sociología y semiótica) está armada, en la mayor medida, sobre la crítica de la economía política, pues esta última ya era una tentativa de interpretar la totalidad social y poseedora de una compleja estructura teórica.
De hecho, los estudios de este joven Baudrillard surgen en un periodo cuando se recuperó la complejidad de la obra de Marx, mediante las aportaciones de Sartre y los “halagos” de Althusser, junto con otras tesis . Antes de ese periodo únicamente se miró al marxismo como una economía (de modo sencillo y casi “positivista”) unida a una teoría social y una política revolucionaria, pero los estudios marxológicos del periodo generaron una nueva visión, en la cual la crítica de la economía política mostraba un cariz más profundo, a manera de un “estructuralismo” (en Althusser), una teoría crítica total (Sartre), etc. En la parte de teorías no marxistas se levantaba una oleada de visiones “estructuralistas” de diverso tipo, como las emanadas de la antropología (Levi-Strauss) o la lingüística estructuralistas (Ferdinand de Sassure), además de reinterpretaciones post-estructuralistas como Foucault. Según el balance de Perry Anderson, en la batalla de las ideas la familia de teorías estructuralistas y post, terminó por derrotar al marxismo , como una abanico de interpretaciones, sin que esa opinión del marxista inglés implicase aceptación de alguna superioridad de las obras, sino una constatación de hechos: al terminar el siglo XX predominó la corriente estructuralista y postestructuralista sobre el marxismo. Sin embargo, Baudrillar transpira el “espíritu del 68”, donde la rebelión juvenil parece indicar una revolución radical a las puertas. Sin embargo, ese nuevo estilo de pensamiento radical, también dejó cuestionado al marxismo, y no por su teoría, sino por la actuación conservadora de los partidos comunistas y la sociedad opresiva de los países llamados comunistas. A disgusto con los frutos del marxismo, el ala juvenil rebelde busca un discurso radical, para una acción aún más honda que sus predecesores. Y sobre ese estilo radical piensa Baudrillard.
El francés retoma la plataforma de la crítica de la economía política, la cual considera relativamente válida, para actualizarla con dos perspectivas principales: una simbólico social derivada de Veblen, donde se explica el valor simbólico de los intercambios (teoría de la clase ociosa), y otra semiótico social derivada de Sassure y Batres, donde se explica el “habla” de los intercambios materiales, y la irrupción de una “realidad simbólica” sobreponiéndose a la economía de mercado-capital puras. Plantea una “evolución” del capitalismo que termina derivando hacia una realidad modificada, aunque en esta obra no es enfático, pero en las posteriores Baudrillard hablará más de una “sociedad de consumo”, entendida como un consumir símbolos de estatus más que de mercancías-materia, donde importa más la calidad jerárquica creada que el circuito de valor de cambio y uso. El instrumental teórico Baudrillard lo aplica a aspectos “marginales” del conjunto económico-social como el mercado del arte , que presenta situaciones curiosas en las subastas y que no parecen quedar explicados con las teorías del valor trabajo (mediante el tiempo de trabajo socialmente necesario contenido en las mercancías modificado por la oferta-demanda y factores de capital), sino por paradójicas interpretaciones de jerarquía social aplicadas a los objetos raros. Por ejemplo, un autor célebre por su tendencia a exaltar el aspecto mórbido de la figura ha sido el mexicano José Luis Cuevas, en un grabado emblemático de 1965, donde presenta una cabeza en el suelo en proceso de descomposición, logró un impacto singular. El artista mediante trazos temblorosos y una paleta de grises exalta la desgracia: es una cabeza que se ha perdido. El creador titula esta serie de grabados “La muerte de Justine” (1965) y se conservan en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México y en la colección del museo José Luis Cuevas. La pregunta de la teoría de Jean Baudrillard escapa de la estética y se adelanta la interrogación del valor, ¿cómo una pieza que exalta la fealdad en trazos de (falsa) apariencia torpe se convierte en un valor comercial y perdura como valor estético? La compleja respuesta del francés no parece contundente, pero abre más interrogaciones. Si no ese una acumulación de valor, ni una significación estética, entonces ¿de dónde proviene ese valor incrementado? Esta teoría nos habla de circuitos sociales donde los intercambios simbólicos se cruzan con los intercambios de valor para crear objetos de “arte” valiosos. En el extremo pareciera que la respuesta de Baudrillad es que el objeto es valioso porque se gasta en él , definiendo una especie de círculo (para mí quizá “vicioso” y para Baudrillard una espiral de fuga) forjador de las convenciones sociales; una vez que se ha pagado mucho por una obra o autor, estos se vuelven valiosos. El gasto suntuario, por sí mismo, genera un significado de estatus y por tanto otorga valor.
El eje de su discurso para sobrepasar la crítica de la economía política marxista y, de esa manera obtener una nueva crítica de la economía política del signo (radical), está en la sobre-posición de una nueva realidad social, generada por la densa costra del signo-jerarquía, la cual ha ahogado al valor de uso y valor de cambio como los niveles subordinados. En algunos de los artículos pareciera que proponen una tríada en equivalencia, de hecho propone ecuaciones para correlacionar estos tres elementos; pero termina concluyendo en un “más allá”. Este libro de la Crítica de la economía política del signo se vincula a El espejo de la producción y El sistema de los objetos, en los cuales insiste con igual énfasis que se han sobrepuesto las dimensiones del signo-consumo sobre la producción material y sus códigos, establecidos en la ley del valor-trabajo .
La crítica de Baudrillard a la economía política de Marx parece discreta, pero enfocada a algunas cuestiones de fondo, en especial, plantea una confrontación contra el valor de uso, la visión de la “necesidad” y su fondo antropológico, el primado de la producción, la escasez como fundamento de la opresión social, etc. El debate más de fondo contra el “valor de uso” está en el artículo “La génesis ideológica de las necesidades” . El valor de uso ha sido aceptado como una plataforma material, sobre la cual se levanta la estructura parasitaria del valor de cambio (valor, capital, sistema de relaciones capitalistas), pero que permanece intocado conforme la objeción de fondo de Baudrillard. Con Marx mantiene Jean Baudrillard una enorme afinidad formal y de pretensiones; el proyecto del libro parece una “actualización” del discurso teórico de Marx, y por eso importa tanto anotar las diferencias esenciales y las críticas de fondo. El valor de uso es el concepto más confrontado, y, obligatoriamente, Baudrillard lo cuestiona más porque parece más inocente y está a un nivel generalizado del sistema teórico, como el “cuerpo material” de cada mercancía.
En El capital , Marx hace la definición general de la mercancía como un objeto de una doble naturaleza: un aspecto es su cuerpo material, respecto del cual se satisface una necesidad y lo denomina valor de uso; el otro aspecto es resultado del mercado, el cual denomina valor de cambio, que corresponde a su intercambio, su referencia a que un objeto vale tanto. Esta definición de la dualidad entre valor de uso y valor de cambio implica una dualidad de la mercancía y se mantiene a lo largo de la obra. Incluso, respecto de la obra económica, existe la impresión de que el valor de uso queda fuera de cualquier consideración de la teoría económica, permaneciendo como una naturaleza previa, lo cual no es exacto, como lo establece Rosdolsky , ya que sí importa la estructura material de las mercancías en algunos casos, como la diferencia entre capital fijo y circulante o capital mercantil y productivo. Es cierto, que el tema del cuerpo concreto de las mercancías se mantiene relativamente al margen del discurso teórico marxista y tiende a presentarse como una materialidad primera que sustenta materialmente el metabolismo entre humanidad y naturaleza. En vista de esa posible simplificación, aunque no resulta una consecuencia indispensable del sistema teórico, es que Baudrillard objeta de este modo al concepto de valor de uso marxista: “Todo esto, como hemos visto, equivale rasgo por rasgo al valor de uso como función denotativa de los objetos. ¿No ofrece el objeto, al ‘servir’, el aspecto de decir algo objetivo? Este discurso manifiesto es la más sutil de sus mitologías. Falsa ingenuidad, perversión de la objetividad. La utilidad (…) no es una naturaleza, es un código de la evidencia natural” Con esto Jean Baudrillard plantea que la definición de Marx sobre el valor de uso es una ilusión naturalista o de naturaleza, porque le parece que no existe esa “cosa objetiva”, sobre la cual parasita el valor-capital. Insiste en su punto Baudrillard: “Hemos visto cómo las necesidades (el VU (valor de uso)) no constituyen una realidad concreta, incomparable, externa a la economía política, sino un sistema inducido él mismo por el sistema del VC (valor de cambio) y funcionando según la misma lógica” . En enfoque de Baudrillard es presentar el aspecto de signo contenido en la mercancía, hacer una crítica de su cuerpo material para descubrir que no es una materia, sino un código complejo. En especial, en este libro de Crítica de la economía política del signo se enfoca a criticar al diseño, en particular a la corriente de la Bahaus, como un código desarrollado sobre el cuerpo de las mercancías, que las convierte en cosas doblemente sociales. Marx descubrió el lado social del valor de cambio de la mercancía (como cosa de comercio y relaciones sociales capitalistas), y Baudrillard pretende criticar para descubrir un segundo nivel social, que se define como el nivel del signo, expresado en la complejidad de los significados sociales que encierra la “forma mercancía”, la cual el autor encuentra que transporta también una relación social. La colección de ensayos de Baudrillard se dedica a revelar ese aspecto social de las mercancías, que traen una “forma general” de comunicación y de jerarquías sociales en su cuerpo mismo, por tanto, ya no hay naturaleza inocente en los intercambios mercantiles, sino un código de enajenación. Esta posición va mucho más allá del llamado fetichismo de la mercancía descubierto por Marx. Este fetichismo es una enajenación en la cual los sujetos sociales siguen las pautas de las mercancías, sin saber que son los productos de su trabajo. Este nuevo nivel de fetichismo planteado por Baudrillard es la formación de un lenguaje social que se “come” en cada objeto, el cual le asigna posiciones sociales y actitudes a los sujetos. Este “otro nivel” de socialidad enajenada lo encuentra Baudrillard a partir de las aportaciones de la semiótica-lingüística estructuralista derivada de Ferdinand de Sassure y sus intérpretes, en especial, de Roland Barthres . Esto implica, que la interpretación de Baudrillard es una especie de post-estructuralismo donde un nuevo código habla por el sujeto, la socialidad es más radical por cuanto también un sistema de signos está obligando al sujeto a comportarse de cierta manera. Su búsqueda de radicalización comparte enfoque con el psicoanálisis y el estructuralismo que encuentra nuevas determinaciones que obligan a los sujetos a actuar, y por tanto los obliga a ser menos sujetos unitarios, caracterizándolos más como fragmentaciones de estructuras convergentes. Para Baudrillard el fetichismo de la mercancía de la sociedad capitalista post-1968 manifiesta diversos niveles de actuación que limitan la libertad de las personas, y ya no basta un impulso o una acción ideológica tradicional (el partido, los comunistas conscientes, la clase obrera revolucionaria) para generar un cambio . En ese sentido, de una extraña parálisis revolucionaria está un ejemplo de una acción “revolucionaria” de un grupo radical, el cual se apoderó de un almacén supermercado y con los altavoces incitó a los presentes para que tomaran libremente cualquier mercancía a su alcance, como si la masa revolucionaria de Francia tomara la Bastilla (o mejor todavía un Palacio de Invierno ) y sus líderes invitara a apoderarse de lo que se encuentre a su paso. El resultado fue que los consumidores del almacén asaltado, cual moderna Bastilla, se conformaron con apoderarse de simples baratijas. La conclusión, alarmada y decepcionante para Baudrillard, es que los sujetos no son libres ante las mercancías del almacén, que existe una ilusión de libertad, pero que sin la presión de precio las mercancías pierden su interés para la compra, y se cae en un estado de modestia o de falta de deseo. Siguiendo la especulación resulta importante indicar, que Baudrillard supone que sin la mercancía codificada con sus signos, el deseo de su adquisición desaparece. Este argumento se relaciona con su rechazo al valor de uso, pues él supone que no existe un cuerpo material de la mercancía que se busque para satisfacer un deseo, sino que el deseo surge desde la mercancía marcada con un precio y con un signo, que la unidad de esa doble envoltura glamorosa, es el secreto de su atracción y deseo. La teoría del fetichismo de la mercancía de Marx es distinta, donde sí hay un atractivo oculto en la mercancía, pero su fulgor se debe a la relación social oculta, una socialidad extraviada; mientras que para Baudrillard es un envoltorio de doble enajenación, por la unidad del sistema valor de cambio y el sistema de valor de la forma signo. El relato del almacén-Bastilla tomado por una “célula radical” y despreciado por los consumidores resulta ejemplar para el modelo de Baudrillard, quien afirma que entre los consumidores domina un nivel distinto de “sistema de valores”, el cual no ha sido descifrado por la acción radical clásica, la cual se convierte en inútil o conservadora, candidata perpetua a las derrotas. Por tanto, plantea desechar los métodos revolucionarios tradicionales y luego revolucionarlos con una nueva radicalidad, sostenida por el ataque al sistema del signo. El modo operativo o su propuesta crítica no quedan claros, basta el enunciado de que la acción debe de alcanzar un más allá, que no se contente con la “toma de la fábrica”, sino que reinvente el significado de las cosas.
A manera de efecto secundario, esta alegoría de la toma de la Bastilla-almacén revela un razonamiento muy importante en el discurso de Baudrillard que lo diferencia de Marx. Para la teoría marxista, las sociedades hasta el capitalismo son de “escasez” y esto significa que las necesidades esenciales son oprimidas mediante un mecanismo de explotación económica; basado en que no se produce suficiente (miseria absoluta, pobreza universal) o se produce de manera segmentada (la miseria para el proletariado, la riqueza para el capital, mediante la extracción de plusvalor). Por su parte, el francés plantea un esquema alternativo, donde la “necesidad” básica y su producción no “existe” como tal, sino que se define primero la parte excedente de un sistema social, y, a partir, de ese excedente, se define la parte necesaria. Plantea: “De hecho ‘el mínimo antropológico vital’ no existe: en todas las sociedades está determinado residualmente por la urgencia fundamental de un excedente: la parte de Dios, la parte del sacrificio, el gasto suntuario, el provecho económico. Es esta deducción del lujo lo que determina negativamente el nivel de supervivencia y no lo inverso (…) Jamás ha habido ‘sociedades de penuria’ ni ‘sociedades de abundancia’, puesto que los gastos de una sociedad se articulan, cualquiera que sea el volumen objetivo de recursos, en función de un excedente estructural y de un déficit igualmente estructural (…) es la producción de ese sobrante la que rige el conjunto” . En ese sentido, cuando planteo descubrir que el “gran almacén” tomado en el ejemplo es una Bastilla o un Palacio de Invierno simbólicos nos remite a esa visión, porque el acto no se ejerce sobre una enorme serie de mercancías individuales, sino que se apodera de un objeto magno (el almacén supermercado), por tanto se trastoca el exceso mediante su gran cosa de lujo. Ya he cuestionado la posición de Baudrillard , pareciéndome que está limitada, sin embargo, queda el tema del protagonismo del código y el simbolismo de lo importante, aquello que denominamos como lujo o esplendor.

domingo, 19 de febrero de 2012

Sobre Crónicas del Vicio y la Virtud

El próximo año se cumple el cincuentenario de las Crónicas del Vicio y la Virtud. Considerada la obra más divertida de Carlos Valdés Vázquez. El tiraje inicial fue muy pequeño y no recibió reimpresión, debido a lo selecto de las producciones generadas por Editorial Alacena, proyecto juvenil derivado de Editorial Era, por tanto es una obra casi secreta de la literatura mexicana del siglo XX. Para los privilegiados de este blog les regalo páginas escaneadas, que contienen dos crónicas completas y muy entretenidas, una sobre los espejos y otra sobre las "colas". Estas crónicas contienen la mezcla exacta de ligereza e inteligencia que deja el mejor sabor de boca y provoca comentarios entre los lectores. La próxima vez que mires un espejo o hagas una "cola" los percibirás de otra manera.

LOS ESPEJOS DESDICHADOS






LAS COLAS








sábado, 18 de febrero de 2012

A MANO ALZADA


Por Carlos Valdés Martín

A la memoria de G.W.F. Hegel y sus discípulos aplicados

La mano derecha amaneció soberbia y se dijo: “Esta otra, la izquierda es una floja, siempre débil e impuntual, no merece mis servicios, si no es a cambio de una obediencia incondicional”
La mano izquierda indignada despertó y pensó: “No es justo, hay tantas obligaciones impuestas, hoy seguiré el lema ‘a cada quien según sus necesidades, de cada quien según sus capacidades’”.
El sol se levantó en el horizonte y llegó la hora del lavabo.
La extremidad derecha sin preguntar ni consultar, como acostumbraba, abrió el grifo: sonó el chorro frío, cristalino y fresco. Tomó la barra blanca de jabón, y le dijo a su compañera que se posaba tranquila sobre el borde del lavabo:
—Ea, tú floja, ya es hora de lavarse, parece que no estás despierta. Yo ya abrí el agua y sostengo el jabón, y tú ahí como si el lavabo fuera otra almohada.
—Me desperté antes que tú —repeló la zurda y levantado la voz, prosiguió—, pero no he tenido la gana de hablarte; pues hoy me has parecido más impertinente que otros días, y lo compruebo: ya me estás imponiendo tareas sin que nadie te lo pida.
—Es una buena costumbre lavarse ambas —enfatizó la palabra— manos antes de comenzar el día. Eso todo mundo lo acepta. ¡Nada peor que empezar mugrosos la jornada!
Contestó la izquierda: —¿Cuál “todo el mundo”? ¿Lo que te da la gana a ti lo llamas “todo el mundo”? Eres una mano caprichosa y te falta educación. No me has pedido con gentileza las cosas, ahora compruebo que me estás utilizando. Si eso de lavarse lo hace todo el mundo, ¿por qué no lo hace tú sola?
Respondió la diestra: —Que me quieres llevar la contra y te comportas de manera pueril. No recuerdo un día, desde el jardín de infantes, que nos la hayamos pasado un día entero sin lavarnos.
Repeló la izquierda: —Tu argumento, además de infantil es consuetudinario, pretendes que la costumbre sea una ley; pero la ley viene de los códigos legales, y éstos son superiores a las costumbres. Ahora me doy cuenta de que tú me quieres utilizar, pues he observado que, casi sin falta, cada día tú eres la primera que está sucia. Quizá no solamente seas sucia, sino que la mugre proviene de un interior corrupto.
Replicó la mano derecha: —¡Cómo me ofendes! Al contrario, siempre soy servicial y estoy atenta a las situaciones; como soy la mano derecha de un humano diestro yo hago más que tu, por mi destreza (redundancia etimológica del lado derecho). Descubro que además de maliciosa, olvidas la anatomía, pues bajo la piel todas las extremidades son iguales, no hay limpias, ni sucias. En última instancia, la utilizada soy yo, trabajo el doble que tú y cuando escribo a pluma tú te quedas mirando con placidez. Si termino con manchas oscuras es por la tinta escurrida que tú solamente miras.
—Si tú escribes y yo miro, no es por mi flojera, en realidad, tú eres una —y la extremidad izquierda buscó un término técnico y elegante, que le entregara redondo el trofeo en esta disputa— monopolista. ¡Sí, una monopolista! Desde que recuerdo nunca me has dejado escribir, siempre sostienes la pluma y ni siquiera me miras cuando te deslizas sobre la superficie blanca del papel. En efecto, eres la mano monopolista y yo soy la proletaria, únicamente me aceptas cuando no te agrada el trabajo.
Objetó la derecha: —Trabajo más que tú, no eres proletaria sino floja. Yo soy la mano trabajadora.
—Trabajas más por monopolista y pretenciosa. Tanta vanidad proviene de que sonríes y aplaudes cada vez que el humano dice “soy derecho”. Pero sin mí eres poca cosa, ahora mismo quédate con tu jabón y agua intentando lavarte, porque yo no voy a colaborar, para que te sigas llevando los honores.
La derecha encolerizada dijo: —Acepto el reto y me lavaré. Verás que te avergüenzas, en realidad demuestras que eres cochina e incapaz. Nunca te lavarás por ti misma y yo sí puedo.
La izquierda sonriendo con desdén: —En cuanto termines, mostraré que me basto por mí misma.
Rota la amistad entre las extremidades, la mano derecha con el jabón se colocó bajo el grifo. Su dueño todavía estaba somnoliento así que siguió como espectador lo que sucedía. Los dedos de la mano rotaban la barra de jabón desprendiendo un poco de mezcla, aunque sin obtener jabón espumoso. Ante las dificultades de la mano derecha, la izquierda comenzó con burlas: —No sacas espuma… ja… tu parte de arriba sigue sin conocer el jabón… entre los dedos sigue la mugre… ni siquiera estás medio limpia…ja, ja.
La izquierda no terminaba las frases porque atravesaba por un ataque de risa.
Mientras más molesta y avergonzada estaba la diestra, más torpe resultaba. Intentaba usar la superficie lisa del lavabo sin mayor sentido como si fuera su complemento para lavarse. Pasaron minutos de intentos inútiles y de burlas de su contraparte, hasta que se hartó y lanzó el jabón lejos, puso la mano bajo el glifo y se restregó más contra el lavabo. El agua estaba fría así que resultó molesta.
—Pues tú ni siquiera puedes hacer esto —gritó ofendida la mano derecha, mientras se restregaba torpemente contra la toalla—, demuéstrame que sirves para algo.
Picada en su orgullo, la izquierda cogió la barra de jabón. Su lucha para limpiarse fue una repetición de las torpezas de la otra.
Al principio, para el humano la discusión y los esfuerzos separados resultaron graciosos, pero terminó quejándose:
—Ya me duelen los dedos con esta agua fría. Basta de egoísmo manos mías, ya lo afirmó el filósofo Hegel: cuando hay conveniencia nada mejor que utilizarse unos a otros. El Edén vuelve a la tierra cada mañana que una mano lava a la otra y viceversa.