Música


Vistas de página en total

domingo, 23 de octubre de 2011

LA CANICA Y LAS CONVICCIONES SOBRE LA MATERIA MÍNIMA






Por Carlos Valdés Martín








LA CANICA Y LAS CONVICCIONES SOBRE LA MATERIA MÍNIMA

Por Carlos Valdés Martín

La solidez y dureza de la canica y el instinto materialista en la infancia
La convicción sobre la materia dura y firme existe pero desconocemos su origen de manera precisa. Esta noción de la dureza material resulta muy cuestionada por la microfísica cuando nos explica que el espacio está casi vacío, pues lo que parecen cosas materiales y duras son campos de fuerza con los que choca nuestro cuerpo, que es otro campo de fuerza. Sin embargo, así como unos entes (force fields) nos parecen objetividades duras otros (tan reales como la más dura roca) nos traspasan de manera imperceptible tales como radiaciones, neutrinos, ondas, campos gravitatorios y magnéticos. Pero la noción de la solidez material existe y nos preguntamos ¿ha sido implantada como un modelo yaciendo en el cerebro o adquirida por una experiencia? Según sea planteada esta pregunta luego su respuesta se dirige en cierto sentido y —conforme al marco de ideas preconcebidas que se tenga— entonces la respuesta se armará y hasta parecerá evidente. De hecho, la solidez de la noción de material (la materialidad del mundo) depende de la convicción temprana y evidente que mantenemos sobre lo que es “material”. Bachelard ha explicado con elocuencia que existe una “imaginación material” tan importante para percibir la realidad cotidianamente como para disfrutarla estéticamente[1].
Si la dureza material nos parece tan natural es porque (además de acontecer en la fisis) se ha adquirido durante la temprana infancia. La canica es el juguete infantil que posee por excelencia una enorme capacidad para originar metáforas y modelos mentales, incluso proporciona una educación subconsciente que perdura[2]. Esa cualidad de la canica siendo útil para formar modelos mentales resulta llamativa y merece comentarios. La canica como juguete inocente y objeto ejemplar de aprendizaje es interesante. El uso popular de esos diminutos vidrios y mármoles ha decaído por el temor a los accidentes, su menor popularidad como juguete, no borra su anterior éxito ni presencia como imagen literaria y metáfora cotidiana.
La dureza de bolitas sólidas es un hecho contundente. Antes de fabricarse canicas, ya pequeñas piedras redondas de río han servido de modelo y se siguen utilizando en zonas rurales. Como en el caso del fuego, sólo se necesitó copiar a la naturaleza y no se requirió demasiada inventiva, por eso los arqueólogos encuentran esas mismas esferitas datando desde hace miles de años.

Además, la dureza de las bolitas ofrece una paradoja a la imaginación: ¿al empequeñecer algo se vuelve tanto o más duro que lo grande? La pregunta es pueril, pero sigue en línea recta a la imaginación espontánea. Una segunda pregunta, más sutil y derivada de la anterior, ya no resulta tan inocente y encaminó el razonamiento científico ¿un objeto pequeñísimo puede ser tan duro que resulte imposible de partir? En el tenor de esta pregunta, así, cualquier bolita dura nos provoca la imaginación del átomo y esa añeja idea de una  materia indestructible. La noción de que la materia más pequeña sea indestructible, tan querida en viejos textos de física materialista, proviene de esta experiencia de las pequeñas cosas duras y resistentes, es decir, nace por la sugerencia de la canica. Digo sugerencia, porque a veces las canicas también se rompen, y además existe un primo hermano próximo que es la antigua bala metálica, una pequeña condensación de hierro que resultaba mortal; es decir, el parentesco mortal de la bala, genera fantasías sobre la dureza de lo mínimo.
¿Verdaderamente el átomo es indestructible? Su raíz etimológica (a-tomo) significa no partible y entonces indica que un a-tomo resistirá cualquier ataque sin dividirse[3]. Esta noción de la partícula mínima imposible de sajar resulta muy vigorosa, y hasta fue fermento para desarrollar la ciencia química. Pero el hecho de la unidad del átomo no se refiere a una estricta dureza, tal como la percibimos por nuestros sentidos en lo cotidiano. El átomo físico, de hecho es divisible, y tampoco podemos afirmar su dureza o su fuerza en un sentido cotidiano (que es colosal cuando intuimos el sentido de una “bomba atómica”), pues las reacciones de sus “choques” infinitesimales escapan a nuestra experiencia cotidiana. De cualquier manera, varias de las evocaciones del a-tomo están relacionadas con esa enorme fuerza de lo pequeño manifiesto en la idea de la semilla, que menciona el antiguo I-Ching entre las 64 opciones del universo[4].
También debemos mencionar, que el parentesco imaginario de la canica con el átomo no es estricto y ha caducado desde el punto de vista científico. Los textos actuales de microfísica cuántica dicen que el átomo y sus sub-partículas elementales no son bolitas duras, sino paquetes de energía, que existen vibrando y en algunos aspectos semejan un sólido, pero manifiestan comportamientos que ninguna “pequeña pelotita dura” tendría[5].

La miniaturización del mundo: las canicas como un microcosmos
Nuestra inteligencia posee la facultad de enfocarse a lo pequeño y luego descubrir sus relaciones con lo grande. El emblema de esta relación fue el microcosmos explicado desde los griegos antiguos[6]. Según Foucault el microcosmos pertenecía a una noción crucial para ordenar el sistema (episteme) renacentista de las semejanzas, herramienta-molde del pensamiento, para comprender con cercanía y orden global[7]. El microcosmos es una noción dual, que necesita juntar su parte enorme, la del macrocosmos para colocar las estrellas como referente del humano. 
El microcosmos ha resultado una noción milenaria útil para organizar, integrar y hasta explicar múltiples fenómenos, pero, en sentido estricto, es más una enorme metáfora que argumentación causal. Resulta más sorprendente su utilidad episódica que su falla en las aplicaciones, ya que microcosmos es explicación metafórica. La semejanza exterior entre una planta y un órgano humano ha servido de guía para remedios herbolarios durante milenios ¿Por qué ese uso milenario y continua aceptación? Responder esta pregunta de momento nos desviaría del objetivo.
Resulta productivo hacer una breve pausa de remanso estético, rescatando alguna conexión microcósmica. Además la divisa del Renacimiento fue “el hombre es la medida de todas las cosas”, que es otra manera de repetir macro-microcosmos. Ahora pasemos a la ya tan afamada imagen de Leonardo da Vinci del Hombre de Vitrubio, el arquitecto clásico de la Roma antigua. En esa imagen se logran inscribir las proporciones típicas del cuerpo humano dentro de un cuadrado y un círculo. Una intención de Vitrubio era utilizar la proporción del cuerpo como una regla para la arquitectura, de tal manera que se buscaba obtener su proporcionalidad matemática y aplicarla en la construcción. De hecho, también la construcción de catedrales medioevales empleó el cuerpo como una regla. En el emblema de Leonardo la geometría está simplificada a áreas perfectas, que además corresponde con un “problema geométrico” de conciliación desde los griegos, y es problema de encontrar una solución geométrica (sin trucos) para la construir un cuadrado con la mismo área de un círculo dado, también llamado la “cuadratura del círculo”[8].
Una vez aceptada la proeza estética de encerrar al cuerpo humano dentro de un círculo podemos imaginar su reducción y con la miniaturización del emblema del Hombre de Vitrubio se llega a una esfera pequeña, que posee el mismo perfil de la canica; es decir, abajo del microcosmos humano está la simple figura de la canica. Esto es una ficción, pero no arbitraria, tal cual nos lo indica adelante la mónada ideada por el filósofo Leibniz.

La escala de la miniatura: el dedo, la mano y la cabeza, y otras enseñanzas tempranas sobre dominio, inercia y acciones a distancia
La canica obtiene su tamaño ideal de la práctica determinada por la misma escala del cuerpo y su ambiente. La manipulación de canicas ideal proviene de la relación óptima entre la mano y sus dedos, con el “descubrimiento” del impulso con un dedo sobre una masa pequeña. Otros juegos provienen de la relación con la mano completa como el béisbol; la proporción con las dos manos como el básquetbol o con los pies para el fútbol. El concepto de que el hombre es medida de todas las cosas adquiere un sentido distinto con los juegos: más intenso e inmediato. Debemos señalar que el dedo representa la extensión final del cuerpo y su sentido de extremo sublime está perfectamente representado con la genialidad del Miguel Ángel en el centro de la Capilla Sixtina, pues indica el tránsito desde la materia minimizada hasta la sublimidad y viceversa, de tal modo que “debió de” ser un dedo por donde se recibiera la chispa vital, la conexión entre el órgano (el cuerpo organizado) con la chispa sublime. Y más allá del dedo real viene un objeto que se toca (receptivo, pasivo) o desprende (lanzado, impulsado, salido) del dedo, y es ahí donde la canica lanzada hábilmente por los dedos surte su efecto aleccionador. Para algunos antropólogos la piedra arrojada anuncia el amanecer del ser humano, marcando el primer paso del simio al homo sapiens con una herramienta primitiva; en ese sentido, la canica ofrece la misma operación en esencia: paso hacia el exterior por una extensión voladora. A diferencia de la burda piedra que el antropólogo imagina como alborada humana, la canica es un refinamiento de lanzar por lanzar (un evento lúdico) un objeto para demostrar su trayectoria y cómo la mente domina la operación de los dedos sobre la materia inerte.
La escala de la canica resulta perfecta para que los dedos experimenten cuanto deseen sobre la materia esférica hasta conquistar hábiles actos y predicciones sobre lo que sucede en las trayectorias, y claro que ese dominio de la mano sobre la canica siempre tropieza con alguna limitación. La falla no es defecto, pues su incertidumbre imprime emoción al juego, al mismo tiempo que el logro impregna de satisfacción al lance acertado.
La pedagogía nos indica que una enseñanza exitosa refuerza a la contigua, así la unión de aprendizajes concatenados resulta lo mejor. En el caso del juego de canicas, el aprendizaje del comportamiento sobre pequeñas bolitas, que nos muestran la eficacia de los dedos, el viaje con inercia, el manejo de velocidades y distancias de un pequeño cuerpo, el rebote de materias duras, la caída en un agujero pequeño y demás circunstancias se combinan en la gran impresión de realidad. De ese aprendizaje infantil resulta una convicción sobre la dureza mantenida hasta por esas pequeñas bolitas, de ahí proviene una convicción materialista, la cual es un acierto mientras no se extrapola a otros ámbitos, como lo ejemplifica la microfísica o la misma filosofía. En ese sentido, desde Demócrito y Epicuro hasta Marx y Russell cuando niños debieron ser aleccionados por las canicas.

De vidrio con colores como macrocosmos en miniatura
En la canica de vidrio cuajada de colorcitos, en México llamadas “ágatas”, se descubre una imagen directa del macrocosmos[9]. Cuando el ojo se pone a la mínima distancia posible sobre la superficie de esta canica sucede un efecto interesante. La naturaleza traslúcida que se observa a la distancia en esa posición se modifica. A esa distancia en lugar de funcionar esa “ágata” como un cristal transparente y con vetas de colores, presenta la apariencia de una bóveda surcada por nubes y estrellas, semejando una constelación lejana. Esta extraña modificación de las canicas vítreas por la proximidad depende de las propiedades de la luz reflejándose al interior de una esferita cristalina. La impresión inmediata que entrega esa visión es un macrocosmos reflejado en lo diminuto. Y ese reflejo opera a la manera de un telescopio de fantasía, que nos permite captar en un punto insignificante los contornos celestes y acercarlos a nuestra propia escala. En ese enfoque tan cercano suceden maravillosos efectos e —regalo de la pequeñez con un accidente— incluso fracturas ocasionales del cristal revelan la apariencia de galaxias y supernovas[10].

Parménides y el Ser mega-canica
El filósofo presocrático Parménides, en su famoso poema donde anuncia la separación radical entre el ser y el no-ser (luego llamado la Nada) ofrece una imagen geométrica del Ser. Ese tratamiento geométrico de un concepto filosófico en nuestros días parece extraño, pero en el contexto griego lució plausible. Aristóteles lo coloca entre los primeros verdaderos filósofos, cuando se empezaba a descubrir el rigor del pensamiento. La premisa de Parménides, se basa en la disyuntiva tajante de que “lo que es, es y lo que no es, no es”[11]; por tanto el Ser debe consistir en una plenitud positiva donde no existe ninguna fisura ni grieta perteneciente a lo que no es. En ese razonamiento, cualquier inexistencia pertenece a una ilusión y a la visión no filosófica. ¿Cuál es la relación de ese Ser de Parménides con la canica? De manera rápida afirmaremos que el Ser es la magnificación superlativa de la canica, su exaltación suprema, el Ser es la Gran Canica, elaborada por la proyección del punto mínimo. Esta relación resulta significativa, porque la pequeña e infantil convicción que nace desde la canica, reaparece vinculada a la convicción suprema del primer filósofo, quien plantea un Ser, a la manera de unidad y trascendencia; en un concepto donde sólo parece posible la perfección. ¿Qué relación se encuentra entre la perfección del Ser con una descripción redonda? La geometría de lo redondo, por sí misma, resulta atractiva e intrigante, pues con un golpe de vista sobre un círculo descubrimos que nos encontramos ante la presencia de algo distinto a lo ordinario. Esa idea de perfección de la esfera, está prefigurada con el círculo, pero la presencia de un objeto esférico nos otorga otra dimensión de perfección: lo impenetrable. La oposición entre la esfera (lisa e impenetrable como la canica) y la grieta (señalando el defecto en una superficie) resulta interesante para la imaginación, de tal modo que una superficie sin fisura confirma esa noción de perfección esférica[12].

La espontaneidad de la noción del átomo como micro-canica y el avance del pensamiento científico
La noción de átomo emerge desde la antigua filosofía griega y quizá con la falta de medios científicos técnicos (ausencia de cualquier microscopio) para su comprensión, pero entonces una vigorosa imaginación pensante suple esa carencia. Resulta doblemente aleccionador que los antiguos filósofos inventaran la necesidad teórica del átomo antes que los científicos naturales lo aceptaran para comprender la materia, en sentido físico y químico. A Demócrito se le atribuye este concepto del átomo, aunque no fue el único pensador antiguo que insistió en la importancia de la partícula mínima de materia. Esta partícula elemental ofrecía una frontera más allá de la cual resultara imposible su división, y este no dividir también traería la garantía de una materialidad dura e imbatible. Por un argumento sutil de rechazo al vacío en la naturaleza, Aristóteles (la cima del pensamiento filosófico-físico griego) atacó esta idea, por lo tanto, la visión del átomo quedó en un plano secundario durante siglos, cuando en Occidente predominó su herencia aristotélica. Además, durante muchos siglos el trato con partículas tan pequeñas, para efectos de ciencia práctica resultaba quimérico, y fue hasta el advenimiento de la química de Dalton que se encontró una gran aplicación práctica para esa noción del átomo. Y luego este acierto sobre el átomo se redondeó con las investigaciones físicas y el establecimiento de los modelos atómicos, los cuales se presentaron en términos de pequeños sistemas planetarios, que implicaban la presencia de diminutas canicas, como el mínimo componente de la materia. Es decir, a nivel de la química y física científicas, una especie de canicas diminutas dominarían el panorama de la representación del siglo XIX[13]. Después hasta el siglo XX, se confirmó la división de las canicas mínimas de la material (protones, electrones y neutrones) para llegar a la conclusión de que esas entidades materiales son fraccionables. Con la física cuántica se teorizó que las unidades mínimas son unidades de energía-materia que no se deben representar con el modelo de una sencilla canica dura, sino con modelos de referencia más complejos. De hecho, el principio de incertidumbre de Heisenberg resultaba imposible de comprender mientras nos mantuviésemos en la noción de que las partículas atómicas sí eran canicas materiales con una carga. Es indispensable comprender que el modelo de las canicas a nivel de la material elemental es obsoleto; pero aquí no es el sitio para definir la material elemental, sino para considerar la fuerza que la representación mental de la esferita tuvo como explicación para la práctica y hasta para la ciencia.

La idea medioeval de la piedra de la locura
A nivel de las nociones intuitivas, un antecedente curioso para la mónada (núcleo duro del espíritu) está en una contraparte negativa: la “piedra de la locura”. La presencia de una especie de piedra como una enfermedad del cerebro que afectaba las facultades mentales proviene de una situación médica, que fue conocida y escasamente atacada desde la época medioeval. Aunque resultaba una situación poco estudiada, representó un evento del folklore popular y fue representada como un evento llamativo. Nos encontramos con referencias medioevales a “doctores” que intentaban extirpar la “piedra de la locura” en el cerebro, pero dado el pobre desarrollo de la ciencia médica de entonces, no existen testimonios de práctica terapéutica, (quizá se hacía poco o resultaba extraordinario) pero  tenemos un curioso ejemplo en un cuadro de Hieronymus Bosch, donde se burla y denuncia esa creencia como una estafa.
A nivel de noción popular, la piedra de la locura es una contraparte negativa de la piedra “mental”, la cual se imagina que compacta al dispositivo del entendimiento. Así, entre los dichos populares se conservan expresiones como “se le botó la canica” para referirse al enloquecido o insensato, también se indica que sí le “gira la piedra” a quien razona. Pero estos ejemplos, solamente indican una relación lateral pues estas folklóricas “piedras” no marcan una creencia consistente, sino sonrisas del lenguaje popular refiriéndose a lo que sucede bajo la piel.

La mónada del alma y la intuición de la canica
La explicación de toda naturaleza mediante el principio atómico fue correspondida por una visión del alma como átomo. Corresponde al talento de Leibniz el haber sacado la conclusión de que el espíritu individual debía estar encerrado en una mínima partícula, una entidad de tal naturaleza pequeña como el mismo átomo. Esto está bien correspondido con la radicalización de la idea del individuo, esa la entidad imposible se separar y que posee un espíritu. También los griegos antiguos ya habían desarrollado una idea de un fondo unitario que existe en el fondo de la persona mutable y por tanto debe considerarse como unidad fundamental mediante el alma de Platón, pero esta idea se podía radicalizar.
Sin desarrollarse, el principio está presente en Descartes, cuando considera que el alma ligada al cuerpo entero, debe residir especialmente en una parte pequeña y muy central, proponiendo su sitio en una glándula al interior del cerebro[14].
Leibniz profundiza el argumento de Descartes y alcanza la hipótesis de una unidad central, consecuencia filosófica de la separación entre materia y espíritu; dicho de otro modo, la mónada es al espíritu, lo que el átomo es a la materia. Las mónadas son concebidas además como eternas, espejo del universo, receptáculo de una armonía divina preestablecida que corresponden con la idea de espíritu. Una vez radicalizada esta canica espiritual en mónada, para tristeza de los amantes de belleza encerrada en cosas diminutas, ese argumento filosófico no ha sido bien aceptado por la filosofía académica ni por la metafísica especulativa. Después de Leibniz no surgieron partidarios de la mónada espiritual, al contrario Voltaire se burló de la armonía prestablecida que implicaba[15]. La mayoría ha respetado esa contribución original de Leibniz, pues representa un intento serio para superar los dos escollos filosóficos clásicos: dualidad entre materia y espíritu (revitalizada por Descartes) y una falla de individuación por el predominio de la sustancia (conforme especula Spinoza).

Conclusiones
La canica ha servido de modelo práctico para nociones básicas sobre la materia dura y mínima. La efectividad de este modelo proviene de las lecciones de la infancia y mediante una práctica lúdica. Su vínculo con el prototipo atómico (primero filosófico y especulativo, luego científico y experimental) ha sido un maridaje importante para el avance del saber; aunque al florecer la nueva microfísica perdió fuerza explicativa y se ha conservado como metáfora ilustrativa.
La metáfora de la canica también es afortunada en el amanecer de la filosofía griega para señalar la visión de lo grande como el Ser o para vincular micro y macrocosmos; por tanto, podemos conservar las correspondencias entre la mínima y la gran esfera, siempre y cuando mantengamos precaución sobre esa escala diametralmente opuesta.
En cuanto salimos de la especulación objetiva y las cuestiones naturales, el empleo de la canica como espejo del espíritu ha triunfado de modo efímero. La búsqueda del espíritu en un sitio definido, condujo hacia la mónada (especie de canica espiritual) con sus atributos de eternidad, unidad, centralidad, armonía y mínimo espacio (o nulo si se radicaliza). En ese aspecto, la canica se revela como la metáfora del espíritu en su pequeña grandeza, por ende, inspira a la gran literatura para invocar al infinito; así, entonces, a pesar de que por precaución parental se margina al juego de canicas, su servicio para la evocación se mantiene inalterable.




 NOTAS:




[1] BACHELARD, Gastón, La tierra y los ensueños de la voluntad, El aire y los sueños, etc.
[2] Este juguete proporciona más de una lección permanente, por ejemplo, la novela de Ayn Rand, La rebelión de Atlas, las utiliza como contraste del personaje superdotado D’Anconia, quien manifiesta su habilidad con la inercia de la canica y también un sentido sensual: “Observó el modo en que manipulaba las bolitas, con aire inconsciente como ante un triste vacío; pero sintió la seguridad de que aquel acto constituía un alivio para él, quizá por el contraste que representaba. Sus dedos se movían con lentitud, palpando la textura de las minúsculas esferas con goce sensual. En vez de parecerle una acción primaria, Dagny la consideró extrañamente atractiva, como si la sensualidad no fuera un acto físico, sino algo procedente de una fina discriminación del espíritu.” p. 109
[3] Aunque también el a-tomo puede comprenderse como un límite lógico y no por una dureza; de cualquier manera la resistencia está implícito en este tema de la dureza de lo pequeño.
[4] I Ching, Hexagrama 9, “El poder de lo pequeño”. La idea sobre la semilla posee enormes implicaciones y repercute en las supersticiones alrededor de las pastillas, como mínimas esencias curativas.
[5] GRIBBIN, John. En Busca del Gato de Schrödinger. Biblioteca Científica Salvat. 1986
[6] Aunque no es una exclusividad griega, esta relación microcosmos-macrocosmos está presente las diferentes culturas antiguas. Cf. ELIADE, Mircea, Tratado de historia de las religiones.
[7] FOUCAULT,  Michel, Las palabras y las cosas.
[8] Aunque los griegos dedicados a la geometría en tiempos de Platón solamente empleaban regla y compás, por tanto no aceptaban ninguna otra ayuda. Según narra la historia este problema quedó sin resolver. Cf. ASIMOV, Isaac, De los números y su historia, Cap. 7 “Herramientas del oficio”.
[9] Y también facilita a algunos infantes adquirir una temprana imagen del adulto, porque la canica permite una sensación de poderío en la mano pequeña. Compárese esta afirmación con esta escena de La rebelión de Atlas donde el adulto de éxito repite al niño dominando la canica: “Durante todo aquel tiempo no había dejado de jugar con las bolitas de mármol, moviéndolas de manera indiferente y distraída. Pero Dagny observó de improviso la precisión de sus manos en aquel ejercicio. Con una leve oscilación de su muñeca, la bola partía disparada sobre la alfombra, para ir a chocar contra otra de ellas, con golpe seco. Dagny se acordó de su niñez y de las predicciones acerca de que cuanto hiciera resultaría perfecto”, p. 106.
[10] El escritor Borges da un salto portentoso y hasta el infinito de esa metáfora cuando imagina un punto tornasolado mostrando al cosmos simultáneamente, en una visión pletórica y desbordante de su El Aleph.
[11] PARMÉNIDES, Fragmentos del Poema del Ser. “Pero por ser límite extremo, es perfecto de todas partes, semejante a la masa de bien redonda esfera, equilibrado del centro a todas partes.”
[12] Cabría desarrollar de manera completa el tema de lo redondo, como una de las fascinaciones a lo largo de siglos, donde la identidad entre lo redondo y cierta magnificencia se asocian, ya sea como sólido perfecto, como globo terráqueo o dominio del orbe. Debido a su escala, la noción de perfección de lo redondo no resalta en la imagen de la canica.
[13] Resultaría divertido, siguiendo el estilo de Foucault en Las palabras y las cosas, derivar una “episteme” específica para esta visión-átomo del materialismo, determinando correlaciones entre esta materia mínima y el racionalismo objetivista predominante.
[14] DESCARTES, René, Las pasiones del alma, p. 25. Define que debe ser en la glándula al interior del cerebro, por ser una posición única, muy central y pequeña. Claro, la glándula no es idéntica a la imagen de una canica pero posee cercanía de evocación por su naturaleza pequeña, unitaria y axial.
[15] VOLTAIRE, Cándido o el optimismo.

sábado, 8 de octubre de 2011

LA RODILLA DEL GLADIADOR


Por Carlos Valdés Martín


—Es sorprendente la rapidez con que esa chica del barrio, flaca y casi sin atributos, se convirtió en estrella —dijo otra vecina, que la trató de niña, mientras señalaba hacia la gran camioneta negra que transitaba lentamente.
Tiara volvía al barrio y esa tarde su magnetismo capturaba la atención de quienes descansaban en el parque. Con el avance lento de su camioneta lujosa, provocaba en las mujeres una envidia reverente como aquélla de los rústicos aldeanos ante el carruaje de gala que pasea a la reina cuando visita una comarca; pero los aldeanos quedan envidiando otro mundo que jamás les pertenecerá y están resignados pues advierten que la monarca representa un cielo aristocrático y ellos pertenecen a la ruda tierra. La envidia reverente es tan discreta que parece admiración y algunas hasta bajaban la mirada y contenían la respiración cuando la estrella se acercaba.
Su vehículo avanzó despacio y con los vidrios laterales abajo, mostrando el perfil de Tiara Solórzano, quien fingía estar distraída. Circuló alrededor del parque y luego dobló la esquina para entrar a una propiedad que se había convertido casi en un castillo, desde que una constructora convirtió esa casa ajada en una residencia lujosa. Por encargo, elevaron todavía más los muros, haciendo imposible la observación de sus ventanales desde cualquier azotea contigua; en fin, el sitio se remodeló para protegerse en sintonía con el éxito: altos muros físicos para arropar a la diva glamorosa.

**
Esa tarde de ocios, Clara observó el paseo de Tiara con desconfianza pues desde la infancia tuvieron desencuentros, y creía que la Solórzano era capaz de cualquier cosa y eso no lo consideraba audacia sino descaro. Y recordó los años mozos cuando en vacaciones, los chicos de la cuadra jugaban con una pelota y la volaron tras la barda de Maribel Angustias, una vieja amargada y gritona que jamás devolvía lo que traspasara su propiedad. Mientras los varoncitos discutían y se lamentaban por su único balón, la niña Tiara tomó la iniciativa y se encaramó sobre la barda, escalando por una enredadera. Lo sorprendente eran las piernas desnudas y ágiles que levantaron un murmullo discreto. En un minuto Tiara había lanzado de regreso cinco pelotas que dormían tras la pared ajena. Al regresar ella era una especie de heroína y los chicos, antes casi indiferentes empezaron a buscarle con el pretexto de la hazaña. Y Marcelo, el que le gustaba a Clara empezó a hablar demasiado sobre los atributos de la Solórzano.
También entonces crecieron los desencuentros de las chicas contra Tiara y cada una contaba su anécdota, pero con aire ambiguo entre acusación y disculpa. Entre sus recuerdos buscaban una explicación para que Tiara, la chica común de barrio, ahora apareciera en la portada de la mejor revista de modas. Una contaba el día que se robó un sostén en el supermercado, pues en esos días era casi pobre. Otra recordó cuando le rompieron la nariz en un juego de básquet y la atendió el cirujano del hospital público con un resultado mediocre.
La explicación favorita era atribuirle a Tiara un gusto por los señores con fortuna. Sin datos precisos, a coro las amigas del barrio recordaban que un día la descubrieron con un profesor canoso, con un estilo de universidad. No existía consenso sobre quien era el profesor, sin embargo insistían a coro unánime que la vieron sobre un convertible rojo con una pintura impecable y con la capota abierta.

**
Los cambios sucedían tan rápido que la adolescente semejaba una serpiente mudando la piel, desnudándose para una primavera diferente. Un día estrenaba ortodoncia para enderezar los dientes frontales; a la semana se quitó las gafas y lucía unos pupilentes verdes; a la otra usaba zapatillas con tacón de aguja; aparecía con mallas negras bajo la falda; a la semana siguiente vestía fino satín negro; cambió la nariz por segunda vez… Todavía no terminaba la escuela preparatoria y Tiara ya parecía una extraña en vez de una adolescente del barrio. Empezaba a mirar de manera distinta, aún les sonreía a los vecinos, pero de pronto evitó los juegos deportivos donde antes siempre participaba.
Debajo de la superficie los cambios debieron empezar antes, porque a los siete años Tiara perdió a su madre en un accidente. Con la tragedia todos esperaban visos de una herida en el alma, pero sólo descubrieron que se le ensombrecieron los párpados con un aire triste. Por lo demás, las adultas la trataban con más deferencia y le preguntaban si extrañaba a su madre; ella respondía con una mueca lateral y pedía dejar ese tema para mejor ocasión, una ocasión que nunca llegaría.

**
Osvaldo recordó: “En esa lejana tarde Tiara estaba dispuesta a las confesiones. La calle estaba lluviosa y la nevería casi solitaria, sólo éramos dos adolescentes en una mesa lisa color crema; su padre estaba atrasado pero prometió recogernos. Ella se acercó y, cuidando que el mesero no oyera, bajó la voz para musitar una confesión: —Mi padre es lo único que tengo y estaría dispuesta a hacer cualquier cosa por él. Entiende “cualquier cosa”, sí, hasta una vileza cualquiera y no es que me lo pida, porque él nunca pide. Está conforme y sólo me admira y quiere me vea bonita, para que no llore cuando abraza el retrato de mamá en la sala. Porque sí llora, no lo digo a la ligera; muy seguido queda sentado en silencio y tiembla, entonces yo lo interrumpo y le digo que tengo planes para esta vida, para ser alguien, que él nunca sufrirá ni tendrá tristeza. Entonces sonríe y se limpia las lágrimas con la mano. Calla y mira la televisión mientras me abraza, y a veces se queda dormido…
Los minutos pasaban y animado por su confianza, esa misma tarde yo le correspondí con otra confesión, le dije que me gustaba mucho, porque ella era distinta a las demás. Sonrió y miró como si ella fuera una mujer grande tratando a un niño, y volvió a hablar bajito cuando dijo: — A mí me interesan los tipos grandes y con futuro.
Luego guiñó el ojo, extendió su diestra y me acarició el pelo como a una mascota, y concluyó: —Osvaldo, no sabes de amores, pero te adopto como amigo, un amigo de verdad.
Recordaba con claridad que ella dijo “adopto”, cuando debería de haber dicho “acepto”, porque los pactos se aceptan; pero, en fin, cumplió su promesa; ahora que sus pies tocan las nubes, sigo siendo el único del vecindario a quien recibe.”

**
Desde que la metamorfosis de Tiara culminó, ya pocos chicos se atrevían a abordarla. Si la saludaban de mano, decían titubeantes “hola” y quedaban clavados al piso. Ella sonreía con su fila de perlas y continuaba su andar cadencioso como siguiendo el compás perfecto de una bailarina oriental y tan ligera como si supiera cómo se levita para no tocar el piso.
Las chicas empezaron a sentir un rechazo, casi un calambre abdominal en su presencia y evitaban conversar en las aceras. Después ya no cursaban en la misma escuela, así que no había chismes que compartir y el trato frío fue lo normal, hasta para quienes habían crecido en la misma cuadra.

**
Osvaldo platicaba con Marcelo de nuevo, repasando lo sucedido con Tiara. Ambos permanecían como árboles plantados en la acera del barrio, mientras la estrella regresaba como los cometas. Marcelo era el enamorado platónico y secreto que, ya casado y con hijos, seguía imaginando con nostalgia lo que nunca sucedió.
Marcelo levantó el tarro de cerveza y acercó su cara a Osvaldo para decir: —Para mí el cambio ocurrió el día que saltó ella la barda. Por ese tiempo se reunía con nosotros para jugar, era sencilla. La pelota voló y de esa casa nunca regresaban nada, era inútil timbrar. Los chicos le teníamos miedo a la dueña, una amargada de pelo crespo. La barda era grande; más de dos metros y no le importaron la dificultad ni la dueña. Tiara sin preguntar se trepó sobre la enredadera que cubría el muro. Era flaca y despreocupada; pero vestía una falda corta con los muslos desnudos. Clara hizo un gesto como para detenerla pero era tarde. Ya se estaba encaramando Tiara, y no me veía. Desde abajo quedé sorprendido al ver sus piernas. Nunca antes la miré con esa picardía, en eso yo estaba tierno; un chico un poco mayor me codeó y señaló con una risa nerviosa hacia las piernas. Tiara llegó hasta arriba sin mirar atrás y de un rápido giro desapareció del otro lado. Hasta ahí todo sucedía normal, pero algo extraño pasó. Ella lanzó cinco pelotas, no sólo la nuestra, pues había más; eso no es lo raro. De regreso, cuando subió había un fulgor en su mirada. En la cima estaba agitada y un poco sucia en los brazos, porque esa barda era difícil. Y ella regresó diferente, yo no podía quitarle la vista de encima. Hizo una mueca, entre sonrisa y amenaza; desde lo alto movió la mano como si debiéramos aplaudir. Y la aplaudíamos en nuestro interior, pero algo diferente me asombraba y no sabía qué. Mientras Tiara bajaba con esfuerzo una brisa movió su falda, y ahora de grande eso lo recuerdo tan bien y lo comparo con esa escena de Marilyn Monroe cuando el aire del subterráneo le sube la falda. Esto era por completo distinto, a penas empezaba la adolescencia, y en ese instante quedé prendado. Cuando ella bajó me miró como una fiera herida marca sus dominios y quedé atorado. Tú sabes que nunca fui tímido, al crecer supe ganarme a las muchachas más lindas. Lo raro es que Tiara todavía era fea y flaca pero creí verla semejante un ángel bajando de su nube. Cuando se alejó, recuperados del asombro le gritamos “hurra” a la distancia.
Osvaldo se sonrió y disfrutó más el privilegio de considerarse el único amigo de Tiara en el barrio.
—Le mandaré tus saludos a Tiara. Pero ya sabes, le he insistido tanto y con nadie de antes acepta reunirse. Además tu señora se enojaría muchísimo…
—No le digas esto tampoco a Tiara.

**
Osvaldo estaba intrigado y apuntó en su memoria el relato de Marcelo para comentarlo en su visita dominical.
A la hora del crepúsculo Tiara lo esperaba en la enorme sala de su mansión, descansando sobre un sofá negro y mirando al vacío como persiguiendo un pensamiento esquivo. Para Osvaldo dentro de esa casa el efecto magnético de la diva quedaba suspendido, como si un aire neutral disipara el embarazo de su lucha contra la atracción femenina. Ahí, para él esa lucha interior por controlar sus emociones resultaba sencilla.
La actriz cambió el semblante cuando su amigo invocó ese recuerdo. De momento no dijo nada, pero después de servirse una bebida doble y encender un cigarro comentó:
—Nunca lo olvidaría. Esa barda era un desafío, y no por la altura sino que entre la enredadera había gusanos babosos. Tenía miedo de los gusanos; en mis pesadillas se convertían en gigantes cilíndricos que me destrozaban; pero había decidido derrotarlos costara lo que costara. Ahora parece hasta tonto, pero llevaba tiempo luchando contra ese temor. Así era yo entonces: un costal de miedos y debía derrotarlos uno por uno. No suena a una niña normal y yo no lo fui. Los lamentos por la pelota que voló fueron como la señal de salida para un caballo en el hipódromo. Corrí para acercarme al pie de la barda. Subir fue más difícil de lo pensado aunque no encontré ningún enemigo… digo ningún gusano. Alcancé la cima, agitada y con ánimo, entonces sin medir distancias me abalancé del otro lado y se rompió la rama de la hiedra. Caí sobre el pié izquierdo y el golpe repercutió hasta la rótula. En el momento fue un dolor intenso, pero me resistí y no me lamenté. Además creí ver la silueta de la dueña tras una ventana oscura. Me agaché y comprendí que no había nadie: eran los nervios. Buscando de prisa encontré varias pelotas y no noté bien cuál era la extraviada así que empecé a lanzarlas al otro lado. Subir fue un problema. La pierna izquierda perdió las fuerzas, pero entonces yo era liviana y acostumbrada al deporte. A cada zancada el dolor amenazaba con dominarme y luché. Recordé a mi madre muerta, a papá trabajando en las afueras de la ciudad y nada me vencería. Al terminar la escalada sentí que trepé a una gran montaña y me senté para gozar de la reacción de los chicos. A penas me acomodé y entonces, por el rabillo del ojo, percibí que algo se arrastraba en el filo de la barda y solté un manazo. El gusano no sonó cuando lo aplasté con la palma; imaginaba que los gusanos tronaban al morir y esto fue silencioso. Estiré la palma de la mano en dirección de los chicos, pero ninguno distinguió que en la mano quedaba ese rastro como de saliva espesa. Y ellos se veían tan pequeños. Juro que nunca antes miré a las demás personas tan enanas y era más que un sentido físico, era más profundo. Sobre la barda olvidé el asma y el sepelio de mi madre, dejé de sentir el cuerpo: extraña anestesia del cuerpo y los recuerdos. Y bajé despacio. Los chicos quedaron a la distancia de pie como sorprendidos y separados por un viento dulce que los mantenía alejados. Me fui despacio sin decir palabra, Clara y los chicos seguían plantados como arbolitos vivientes. Con alguna curiosidad, mientras me alejaba, voltee y ya no tuve ninguna duda: los seguí mirando pequeños, como pollitos en un gallinero. Cuando a la distancia lanzaron una “hurra” seguí de frente, ya sin prestarles atención.
—Y ¿la rodilla quedó dolida?
—De momento, el dolor quedó dominado, pero era un error; como se dice en el deporte, “la lesión estaba caliente”. En casa se puso hinchada y morada, dolió como un diablo, pero entonces papá tenía un empleo de segunda, así que fuimos con un médico del sistema público. Fue mal atendida, una férula barata que de momento pareció arreglar el daño, pero la rodilla quedó débil. Al otro año tuve una recaída y terminé con un tornillo en el hueso. Si te acuerdas bien me tapé las piernas; usé mallas y pantalones. Me molestaba y hasta rengueaba al caminar. Con esfuerzo y disciplina volví a dominar el paso y a usar zapatillas altas, aunque dice el ortopedista que no debería. Uso calmantes y a pesar de eso, cada invierno regresa un dolor…
La interrumpió el teléfono. Tiara respondió en inglés y se alegró mientras con el dedo índice sobre los labios le indicaba a Osvaldo silencio y paciencia. Dialogaba en inglés veloz y con gramática correcta, aunque traslucía ese sonido hispano del que tanto nos burlamos aquí, pero que fascina a los anglos. Habló con dulzura fingida, mientras coqueteaba mirando al vacío y se reía. Repetía “Darling” como un tic y lanzaba besos al auricular.
Tanta melosidad molestó a Osvaldo, que se dirigió al extremo de la sala para no ver ni escuchar más la plática. Primero su mente voló hacia un maniquí colocado en el pasillo de la mansión; una réplica de mujer madura con un velo y ropa de luto, como se acostumbraba en su infancia; así, que supuso era un homenaje excéntrico a la madre de Tiara. Sin embargo, la explicación del homenaje no lo satisfacía, pues el maniquí semejaba vida estática y era como un soldado de guardia ante el Palacio de Buckingham: inmutable y alerta.
Sin prestarle más atención a su inquietud, se incorporó para observar el gran retrato que dominaba la sala. Era un cuadro del Che Guevara, coloreado en rojo y tornasoles: un detalle fuera de ambiente, más propio de una recámara estudiantil o de un partido izquierdista. Dentro de la típica boina del retrato se plasmó una ciudad roja y negra, con una trama de edificios inclinados hacia los lados, especie de torres de Pisa modernistas; y en las ventanitas siluetas crispadas. Recordó que Tira le explicó que en esos minúsculos edificios se representaba a las masas sublevadas, gritando por un mundo mejor, como si fuera una ciudad-mente del guerrillero heroico; cargándolo con un voltaje sobrehumano que se miraba en la cercanía visible y a distancia confundido como una mancha.
Al terminar su telefonema Tiara asomaba un efecto inicial del alcohol y explicó su demora:
—Mi admirador es gordo y ridículo como una morsa, pero está dispuesto a financiar una película donde yo luciré a lo grande. ¡Puede ser mi siguiente gran éxito! Ya sé que me estoy pasando de los límites. Es más, lo voy a visitar a Miami y quizá hasta le conceda algún deseo; aunque tú me mires como juez de distrito arriba de un púlpito. No me gusta el tipo pero iré dispuesta a pagar el precio.
Osvaldo próximo al enfado ya no quiso seguir imaginándola en Miami, así que se desvió hacia el tema del cuadro.
—No me parece bien un retrato del Che para recibir visitas de la gente del espectáculo. Recibes seguido a periodistas también ¿o no?
—Sí, los de las mejores revistas, fotógrafos y también de la televisión vienen algunas veces. Pero yo soy como Guevara. Lo admiré desde que supe que con la espantosa enfermedad del asma se subió a la Sierra Maestra y aguantó la adversidad. Lo adoré desde que supe que murió de un modo triste. Bueno, otro día te cuento cómo murió, pero yo tengo mi asma controlada. Lo imagino en la Sierra cuando llueve y con el asma en la garganta, apretando hasta casi matarlo.
—También lo admiré, hasta compré una camiseta cuando cursé la universidad, pero entonces era diferente.
—El Ché y yo nos parecemos: él nunca se detuvo ni se espantó.
En la estancia sonó una chicharra con un botón rojo que se iluminaba: la llamada de servicio junto a la cama de su padre. Tiara se disculpó para atender a su papá inválido y despidió a Osvaldo con el afecto de una posible hermana.
En una habitación de la mansión, el señor Solórzano, su padre, yacía incapacitado; tumbado sobre una cama desde hacía años y con enfermeras al cuidado; desde que un infarto lo dejó en estado lamentable, sin fuerzas ni interés para nada, se entretenía mirando la televisión cada día. Cuando Tiara remodeló la casa instaló una habitación exclusiva para la atención médica, con equipo hospitalario moderno, incluyendo monitores para signos vitales y tanques para oxígeno.
Al padre le gustaba simplemente mirar que Tiara estaba cerca, compensando las giras de trabajo que la alejaban por semanas. El señor sonreía pero el labio izquierdo se caía en vez de subir, así parecía un tonto más que un enfermo. Casi no hablaba pero se mostraba contento de escuchar los comentarios de Tiara; sonreía de lado, con la mueca torcida.
Ella le pidió a la enfermera que saliera un rato y se recostó con cuidado junto al padre. Acercó la cabeza al oído y comentó con suavidad: —Es cansado siempre estar alerta, mirar a lo lejos enemigos ocultos, ni borracha caigo en un descuido. Al gordo de Miami le enviaron prensa paparazzi a seguirlo y no es un tipo fotogénico como para retratarme junto a él. Debo reunirme pero organizaré una cita súper discreta, que sea clandestina. Una foto besando a un bombón de media tonelada puede dañar mi carrera, no soy una debutante. Su patrocinio suena atractivo y no lo voy a despreciar. Además es un gordo tierno y está solito; encerrado en un cuerpo espantoso jamás conquistaría una mujer decente; está convencido de que valgo mi peso en oro. ¿Lo desengaño? Debajo de mi cara maquillada está la niña fea de siempre; por más cirugías s-i-e-m-p-r-e seré la misma pequeña fea. Que el gordo millonario siga engañado y pague. Aunque estoy cansada, mañana desde las cinco de la madrugada necesito “hacer gimnasio”, al menos un par de horas. Esta rodilla no se deja controlar tan fácil, debo fortalecerla para seguir con el paso de modelo; una artista cojita causaría burlas y, entonces, sí que le digo adiós a la fama. En Miami aprovecharé para comprar cosméticos y tratamientos, a eso le llamo “mantener a raya a la niña fea” que amenaza con salir por los párpados ajados o por la cintura gorda. A esa niña fea le advierto que no salga, que se quede escondida bajo los tratamientos. Hasta hoy la fea sólo se asoma, pero asecha empujando el calendario y esperando tomar venganza cuando llegue la vejez, pero no la dejo salir. Cada mañana comienza la lucha contra ella: madrugar y revisar sus amenazas, estirar los músculos, tonificar la piel, prevenir las arrugas…

**
Después de que circuló la camioneta con las ventanillas bajas mostrando el perfil magnético de la diva, Clara evocó esa desconfianza contra la vecina exitosa; pero moviendo la mano sobre la cara como quien espanta una mosca, ya no prestó más atención a sus recelos. En su mente se sobrepuso una curiosidad intensa, y recordó la revista de modas, así que caminó hasta la tienda cercana.
Ahí, hojeó la revista antes de comprarla y cuando miró las páginas interiores Clara empezó a sonreír con la última fotografía. En la parte superior, Tiara posaba con la mirada perfecta dirigida hacia una nube imaginaria; la cabellera sedosa flotando sobre los hombros, acompañada por unas joyas como Pléyades sobre terciopelo negro, y esa perfección envuelta en el vestido de cóctel y sostenida en pose radiante; luego estaba la línea de la falda vaporosa, pero abajo se destacaba una rodilla extraña, surcada al centro por una línea vertical como una varilla de hierro.
Y Clara acercaba la revista hasta convencerse que no era una ilusión óptica y reía cada vez más. Destacaba una rodilla inclinada, con un nudo bajo la piel doblada, donde se amalgamaban poder y derrota. Esa no era la de una diva glamorosa, sino la rodilla del gladiador: ese guerrero esclavo sosteniendo una fantasía de esplendor. La señal feroz de un nudo profundo, al fin, provocó sonoras risotadas.
Al carcajearse le escurrieron unas lágrimas dulces, conque para Clara fue un atardecer radiante y liberado de la envidia reverente.

domingo, 2 de octubre de 2011

LA IMAGOLOGÍA: PODERES TRAS EL PODER



Por Carlos Valdés Martín





Una fuerte luz se proyectaba sobre la silueta de un ángel dibujado y un niño la miraba fijamente, aunque ya estaba intranquilo y queriendo salir al patio, mientras un sacristán le repetía con insistencia: “mantén la vista fija en el centro, no muevas la cara ni pestañees tanto”. El niño protestó para que lo dejara ya salir a jugar, hasta que el sacristán cedió, con la condición de que mirara hacia una pared blanca en el lado opuesto del salón para que apareciera un “milagro”. Al ver la pared el infante quedó sorprendido, pues surgió la silueta del ángel, como en un negativo flotando por los aires y dijo en voz baja: “caramba, esto es increíble”. El sacristán le vendió el evento natural de impresión sobre la retina como si fuera un milagro y entonces le permitió salir al patio; sonriendo en su interior por su ardid para adoctrinar al pequeño. Así, funciona la imagen social: convertida en estrategia de interiores, permanece con las personas más allá de lo previsto. ¿Cuánta fuerza adquiere el lado superficial de las cosas? ¿Las imágenes sin importar sean verdaderas o falsas dominan a la mente o tenemos la capacidad para librarnos de falsas impresiones? La noción de imagología ofrece una posible respuesta.

El término de imagología lo recrea Milán Kundera[1] para sugerirnos un dominio moderno de la superficialidad en su amplia extensión. Esa imagología señala hacia una técnica casi científica de las agencias de publicidad, la cual impone los criterios de imagen para las personas. La denuncia, ya casi clásica, sobre el dominio de la enajenación como relaciones superficiales se rescata, ahora con el agregado de un tinte irónico[2].

Pareciera que se despliega un saber parcial y confinado al área de la publicidad, pero esa impresión es engañosa, ya que los medios de comunicación dependen de la publicidad, pues de ahí sale su financiamiento y parte de su materia prima. Los comerciales, los "spots" y los patrocinadores de la empresa de comunicación y periodística pasan por el filtro de la publicidad. Entonces el sistema mediático enorme (que abarca diarios, revistas, radio, televisión, Internet, con sus medios de imprentas, telefónicos, etc.) depende de la publicidad y sus instituciones: las agencias.

Si señalamos hacia la cúpula de las decisiones nos encontramos que, en enorme medida, los políticos actuales dependen de los medios de comunicación privados y de la imagen que surge en esos medios. La actuación de los grupos mediáticos empuja a los políticos hacia arriba pero también al precipicio. Recordemos el famoso escándalo de Watergate cuando el conflicto con la prensa del presidente más poderoso del mundo, Richard Nixon, lo llevó a su caída[3]. Si nos alejamos en el tiempo, hacia los inicios del siglo XIX ya Carlyle observaba un cuarto poder robusto e influyente en Inglaterra[4].

Si las naciones dependen de los políticos, los políticos dependen de los periodistas (en el amplio sentido de comunicadores) y éstos dependen de las agencias de publicidad, entonces los imagólogos detentan un poder descomunal[5]. Representan la potencia más superficial, porque arrastra la fuerza de la apariencia, la presentación, la primera vista, la imagen. El problema no es que la apariencia exista (pues jamás desaparecerá, ni en la República de los filósofos) sino que ejerce un yugo sobre los demás niveles, y para eso acontece un proceso de simplificación creciente. La ideología se suponía que alcanzaría a establecer un sistema de ideas, una visión del mundo de acuerdo a una posición social o en base a principios. Con la imagología la ideología se simplifica y unas pocas emociones-ideas sustituyen a los sistemas de pensamiento y reemplazan a la ideología. La fragilidad de unas pocas ideas atadas resulta una ventaja (operativa, utilitaria) porque entonces se pueden crear y recrear, de tal modo que se venden alternativamente los números ganadores y perdedores en la ruleta de las apariencias. Lo cual recuerda a las recientes mercaderías ideológicas, sobre la posmodernidad que pronto pasarán al olvido, como son "el fin de la historia" y "el simulacro de la realidad"[6].

La unidad imagológica

Bajo el rubro imagología se unen en un abrazo fraternal los líderes políticos con el diseño industrial, la empresa de comunicación, las modas de verano, la mercadotecnia y las estrellas del cinematógrafo. Esta unidad de amplio espectro no es casual, sino que define el abrazo de la variedad dentro del mundo de la mercancía.

La imagología es un término de denuncia, para evidenciar la superficialidad de la formación de la opinión del hombre moderno. Por ejemplo, el periodismo emite noticias sobre los líderes políticos, las cuales nos informan sobre lo que ellos dicen y muestran su imagen. No está plasmada la acción real del político sino que se refleja únicamente una opinión de la cual exclusivamente se percibe una frase o un titular, la idea política en su estructura (el fondo de las acciones, la estructura de los horizontes) se ha reducido a la declaración consumible. El consumidor de la noticia sólo capta una frágil silueta del político, donde una frase afortunada eleva y un mal chiste hunde al líder. El periodismo genera la imagen del político ante el hombre común, pero el prisma que éste ofrece pasa por los valores de la imagología. Resulta, por ejemplo, que se vuelve importante que un político demuestre una excelente salud atlética, para dar una impresión (psicológica, inconsciente) de fortaleza de sus políticas. Bajo un examen racional el excelente vigor atlético no tiene ningún vínculo con la capacidad política, pero se vende una asociación irracional entre el vigor personal y el "vigor" de una actuación del estadista por la "energía" de sus acciones. Entonces la noticia del día puede ser que el señor Clinton se fracturó un pié y no trotará más durante tres meses. La verdad (o el evento en su detalle) ha dejado de importar para el consumidor moderno de noticias, porque no le concierne, simplemente no le interesará la verdad sino la "aceptación" de una imagen, en este caso, la imagen presidencial asociada al vigor. La verdad como profundidad se ha desvanecido y sale a flote una papilla sin sabor, que fluye con la llamada "información". La relación informativa (fluyendo sin parar) es similar al modo de mirar la televisión, disfrutando pasivamente de las imágenes y el sonido, pero sin un vínculo activo entre el espectador y el acontecimiento, así ignorando el mecanismo de la acción. El consumo pasivo de un flujo de información, dominado por las apariencias superficiales es otra cara del "salvaje moderno" de Ortega[7].

El problema es mayor pues, a su vez, el político recibe continuas presiones para manejar su imagen, dedicándose excesivamente a su relación con el área mediática, de tal modo su carrera pende de un delgado hilo: su relación con los de medios de comunicación. Una excelente carrera de servicio político resbala con la cáscara de plátano de una declaración contraria a los principios de la imagología.

Entonces el círculo se cierra y crece la posibilidad (incluso virtualidad) de un poder tras el trono: las complicidades de la apariencia. Si suponemos, como la hace literariamente Kundera, que existen realmente unos señores imagólogos que manejan voluntariamente la aceptación social de la apariencia, entonces atrapamos el final del hilo rojo. Una residencia del poder estaría en el conclave de los imagólogos, como la élite de los asesores de las agencias de publicidad, y ellos a su vez atados al mecanismo del éxito comercial.

El carisma

El punto más inquietante del argumento del dominio de la superficialidad está en la exigencia de imagen del político. Resulta que el triunfador de la política, eventualmente el presidente de cada país no será el dirigente más capaz o preclaro, sino quien mejor se someta a las leyes (casi naturales, casi objetivas) de la imagen y las utilice en su favor: el más consumado manipulador de apariencias. En cierto sentido, el problema ya se insinuaba desde la formación de la polis, y toma su salto cualitativo con la publicación de El príncipe, pues con esa apología del poder por el poder mismo queda marginado el problema de la moral pública y entonces se abre el camino a la apariencia pura. Desde nuestro presente, Nicolás Maquiavelo nos parece un escritor completamente realista y sincero, cuyo nombre su usó como sinónimo de la manipulación política. En la medida en que el poder es el fin en sí mismo, entonces el medio adecuado puede quedarse como figura reinante, porque si creemos (o demostramos) que la imagología resulta el mejor medio y quizá el único para “apoderarse”, entonces triunfaría. El medio, si se convierte en medio universal, acaba sometiendo y transformando la finalidad; entonces el triunfo del líder dependerá del imagólogo, y se establece un nuevo reinado aristocrático en mitad de un sistema democrático.

Este asunto se presenta como potencial peligro social, porque el triunfo político viene a depender de razones baladíes y huecas. En su momento se estimó que el gran ascenso de Felipe González en la España postfranquista se debió a que él era el candidato guapo y entonces el voto femenino lo catapultó a la cabeza del proceso de transición democrática. Claro, el mismo caso nos obliga a pensar que el éxito no depende del rostro sino de un carisma, unidad del rostro con la transmisión de un mensaje personal.
Pero el "carisma" moderno tendría un sentido distinto al expresado durante los siglos anteriores. Recordemos que para el sistema dinástico la "majestad" del rey era crucial, su carisma se apreciaba en términos imbuidos de magia y religión, pues a los reyes se les atribuía poderes mágicos, como la cura por imposición de manos y eso era un factor importante. O bien, el "carisma" medieval podía ligarse a las dotes directamente guerreras, como conductor de enfrentamientos militares, lo cual los llevaba a participar, incluso, en torneos de caballería, como en la famosa anécdota de Enrique II de Francia que muere tras un accidente durante su acción en un torneo.

El "carisma" del político moderno se modula mediante las leyes de la imaginación televisiva y sus variaciones (publicitarias, de redes sociales, etc.) Predomina una impresión a través del rostro, donde las facciones de la cara sugieren sus cualidades morales y de personalidad. A esto se une el efecto discursivo, respecto del cual predominan los chispazos de sapiencia o ingenio, donde importan las frases cortas y las pequeñas ideas que se convierten en "declaraciones" que los noticieros repiten hasta el cansancio. Esa forma de carisma no requiere de una verdadera capacidad oratoria, pero el atractivo invento de los "debates televisivos" podría revitalizar la importancia de las dotes de oratoria dentro del carisma. Mediante la retórica y los torneos de oratoria entre los líderes de opinión las virtudes de la elocuencia habían sido importantes durante la antigüedad grecolatina, el nacimiento de las repúblicas burguesas y hasta mediados de este siglo XX. Ahora con los debates de candidatos existe un espacio para que resurja la elocuencia y la retórica como claves de triunfo[8].

La inquietud sobre el manejo del "carisma", sin duda, nos enlaza directo con la historia negra del ascenso de Hitler. Diversos autores han subrayado la capacidad de los nazis para manejar las emociones de las masas alemanas, de tal modo que alrededor del "führer" montaban imponentes espectáculos para proyectar el carisma del líder sobre los alemanes. Este líder manipulaba adecuadamente una serie de apariencias por medio de las vistosas marchas y los cánticos; ofreciendo un espectáculo de fuerza que subyugara el lado femenino de las masas y lo emocionara en torno a sus insanas pretensiones. 

Evidentemente, la política de masas de los nazis no trataba de ofrecer las mejores soluciones, pues no eran más inteligentes ni mejor intencionados que sus rivales. Les bastaba con emocionar a las masas alemanas, y dentro de ese juego recurrir a los símbolos, al espectáculo y la imaginación. Estaban obligados a recurrir a dosis mucho mayores de demagogia que otros partidos, pero podían, dentro de tal margen, seguir manejando su apariencia. Ahí, está el lado oscuro de una visión descarnada de la eficiencia sobre la imagen exterior: el fascismo operó en la apariencia, pues en la superficialidad del espectáculo cualquier ideología resulta digerible. Debajo de la piel del espectáculo político surgen las cuestiones esenciales, así la simple retórica utilizada resulta como una pistola en manos de un infante. Las ideas erróneas abajo del nivel superficial se desenmascaran con la uso preciso de la razón, que nos revela si existe profundidad en las propuestas políticas o son absurdas.

La desconfianza y el desgaste político

Ahora bien, los argumentos anteriores nos dejan a la puerta de las teorías de la conspiración o complot, bajo las cuales un puñado de potentados mal intencionados y con recursos casi infinitos, controlan a la sociedad desde la sombra. Las teorías de la conspiración reflejan más tendencias literarias y psicológicas que la estructura profunda de la sociedad, sin embargo encajan con un estado de ánimo del ciudadano medio, bastante harto de los poderosos y atemorizado por los grandes cambios económicos, políticos, sociales, culturales y legales a los cuales prefiere colocarles un rostro oculto, que a nivel emotivo siente mejor que imaginarse ningún rostro. La repentina popularidad y desaparición de las curiosas teorías de conspiración señalan un estado de ánimo de amplios sectores sociales, perjudicados y molestos con la actuación del poder del Estado.

Por su lado, los políticos están presionados para quedar bien con su electorado y luchan por adquirir una mejor imagen, mientras a contracorriente el gran enojo fluye entre la población. Los “malos” en cualquier conversación cotidiana resultan ser los políticos corruptos, y el público está propenso a aceptar los rumores más negros sobre sus actuaciones. Las denuncias de corrupción y escándalos privados confirman cada día ese ánimo contra el dirigente y el funcionario. Y para contrarrestar su mala fama y los focos rojos de las encuestas, los políticos y sus organizaciones están obligados a invertir enormes sumas en mensajes publicitarios para rescatar su imagen. Entonces los líderes deben acudir a los más diversos imagólogos, quienes con su actuación eficiente o mediana, confirman (sin querer) una sensación popular de manipulación masiva, que desconfía del poder y sus mecanismos. De por sí, una sociedad de masas hace dificilísima la proximidad entre el líder político y la población, y el medio que debería ser el punte para su reconciliación, se convierte otro engranaje de la desconfianza generalizada, pues junto con el desprestigio de los gobernantes también las grandes cadenas de medios sufren una erosión de credibilidad. La suma de estos factores implica que la manipulación masiva no resulta una tarea fácil y quizá la misma superficialidad de las empresas y campañas para mejora de imagen contribuye a perpetuar ese descrédito de los círculos de poder. Además de la desconfianza está el factor de la heterogeneidad social y la variedad de aspiraciones y perspectivas, ya que una sociedad más heterogénea parece emerger de la fase postindustrial del siglo XXI. La tarea de reconstituir el liderazgo y pasar de la simple (e incluso la muy sana) desconfianza hacia la manipulación de los medios hasta lograr una mejoría en la comunicación social (entre el líder y el ciudadano medio) resulta difícil pero no existe ninguna imposibilidad, incluso los medios técnicos ofrecen nuevas y variadas herramientas.

En buena medida, quizá el remedio consista en superar el nivel superficial, para que los líderes se ocupen menos de la imagen superflua y se ocupen más del fondo. El abismo entre los grupos sociales de ingresos millonarios y los miserables dan lugar a una hostilidad y desconfianza general, entonces una política que cierre brechas entre los grupos sociales tendrá un nivel de credibilidad superior y encontrará los medios adecuados para difundir una apariencia más confiable. Los políticos que perpetúen el abismo social podrán seguir gastando carretadas de dinero para mejorar su imagen y al final de los ciclos su memoria será detestada por el recuerdo de su pueblo. Los políticos que se encierren en una torre de oro y sigan dilapidando el dinero del erario para comprar más campañas de publicidad terminarán recibiendo lo que han sembrado: carretadas de falsas imágines. Recordemos que el peor enemigo del poderoso no es quien le critica abiertamente sino quien lo halaga con hipocresía, haciéndole creer que sus errores son aciertos, y esto mismo define el riesgo del gasto en imagólogos de mala calidad. Al final de cuantas, las campañas de imagen que no estén respaldadas por el sustento de hechos y acciones a favor de las mayorías, terminarán cayendo como castillos de naipes.

La inercia

El discurso de la superficialidad posee su propia inercia, y una vez que es impulsado pareciera que ya nada lo detendrá. Dicen que en “comer y rascar” todo consiste en empezar, y el dicho aplica a temas de comunicación, pues una vez empezada una discusión, luego resulta difícil detenerla. Desde hace décadas los círculos del poder internacionales se alimentan de imágenes superficiales y creen que sus electores se contentan con la comida chatarra de la “mercadotecnia política”. Con esta retroalimentación entre élites de poder y aparato mediático mediante la imagen superficial, sucede un fenómeno parecido a la comida chatarra, pues pareciera que sí hay un resultado rápido con las grandes campañas de publicidad para “posicionar” a los líderes y ganar votos de los electores. Sin embargo, ese engordar de un metabolismo político (adquirir votos fáciles) en el mediano plazo se paga caro, pues los electores se fastidian de que los gobiernen líderes sin sustancia. Pareciera que los electores no siempre se dan cuenta, pero se mantienen hambrientos, y el mismo nivel general de desconfianza entre votantes y representantes indica que el metabolismo político sufre de anemia.

Y la existencia de una inercia por la compra de recursos mediáticos para mejorar la imagen de los líderes del país, no descarta que muchos políticos intentes generar un producto mejor y responder con un contenido de propuestas. ¿Algunos lo logran? En los países con más riqueza y de democracias más añejas pareciera que el mecanismo marcha casi correctamente, aunque también el sistema social pareciera ofrecer mejores condiciones a los ciudadanos, por tanto el tema de la superficialidad cobra una dimensión secundaria. En cambio, el arribo a posiciones de mando por los políticos de izquierda alternativa en América Latina pareciera indicar que la imagen mediática se desgasta rápido y que la imagología no resuelve el problema del gobernar. Los momentos de crisis parecerían romper cualquier inercia, pero también algunas fórmulas o variaciones de actividad política rompen ese esquema de la inercia.

Algunas regulaciones legales para restringir la compra de publicidad política o definir cuotas de mensajes van en el sentido de reducir esta inercia de imagología del poder. Las corrientes políticas y de opinión pública pareciera que todavía no toman suficiente en cuenta la importancia de reducir esta inercia de la imagología en la política. Reducir el predominio de la imagen a su justa medida pareciera una tarea más de filósofos que de grupos de poder, sin embargo, resulta significativa para el avance de los sistemas democráticos.


NOTAS:


[1] KUNDERA, Milán, La inmortalidad y La insoportable levedad del ser. Novelas de un corte filosófico, la segundo centrada en las implicaciones existenciales de los individuos, confrontadas contra la densidad del estalinismo en Checoslovaquia.
[2] MÉSZAROS, István, La teoría de la enajenación en Marx, Ed. Era; GORZ, André, Historia y  enajenación.
[3] Un evento desconcertante porque revelaba sobremanera el poder de la "sociedad civil" norteamericana y la capacidad de un principio "moral" para deponer a un presidente. Entonces el sentido ético jugaría un papel importante en la auto-regulación de la democracia burguesa, lo cual habla a favor de ella, por lo mismo no me llamó la atención ese escándalo: tenía una información discordante con mi marco de referencia.
[4] CARLYLE, Thomas, Los héroes.
[5] Y las agencia de publicidad y los mass-media dependen de las grandes empresas comerciales, lo cual genera un paso siguiente, pero ya le daría al tema un aire demasiado marxista, de las cadenas de oro con que el gran capital controla a la distancia el Poder. Pero aquí nos quedamos en la fase ideológico-comunicativa propuesta por un literato. Cf. Marx, Karl, El 18 brumario de Luis Bonaparte y La guerra civil en Francia.
[6] FUKUYAMA, Francis y BAUDRILLARD, Jean.
[7] El síndrome del "señorito satisfecho" lo describe como la situación de quien recibe los frutos de una compleja civilización ignorando completamente el penoso esfuerzo global que condujo hasta la conquista de tales resultados. El tema tiene mucho trasfondo aunque Ortega y Gasset exagera la nota en un sentido elitista, en especial con La rebelión de las masas.
[8] El nacimiento y auge del debate televisivo merece comentarios y estudios exhaustivos de los politólogos. Aunque los debates ocurran esporádicamente, como grano de sal, basta considerar que en las elecciones de Estados Unidos lo que inclinó la balanza a favor de Bill Clinton fue un debate televisivo. Desde entonces los aspirantes a políticos deben tener presente ese factor como parte integral de sus estrategias.